Tachuela 72
-Alto, párate o te mato- disparando un tiro al aire de intimidación.
En ese momento el chico de Malva, que también vive en Zamora y trabaja en una multinacional aumentó la velocidad zigzagueando, como había visto en tantas películas, y al llegar a la altura de la ermita, en la zona que en tiempos estuvo sin cultivar, a la cual llamaban la playa (pero que nombres les ponen a las cosas, en este pueblo y no digamos los motes, que no quiero mencionar para que nadie se sienta ofendido), sin parar de correr tierras abajo, les voceo a los del campanario.
-Tocad las campanas, no paréis de tocarlas- en ese momento oía un segundo disparo, al oír el tercero, notó el impacto en el hombro, como un golpe seco, en principio, pero enseguida comenzó una sensación rara de calor, dolor, ardor, mordía la bala.
Las campanas comenzaron a sonar tímidamente en un principio, pasados unos instantes, sonaban a todo trapo, un repiqueteo rápido y desigual, como si tocaran a fuego, pero sin el fuego, el dolor aumentaba pero chico de Malva, que también vive en Zamora y trabaja en una multinacional, no paró de correr, corría más el miedo a otro disparo, se oyeron otros dos disparos, la distancia que los separaba comenzó a aumentar, cruzando la carretera de Toro Castronuevo, alcanzó el camino de la subida a la ermita, en este caso bajada, pasó entre las tres piedras, camino abajo para alcanzar las primeras casas, el gallego, corpulento y pesado, viendo que de nada servía seguir corriendo se dio medía vuelta, dirigiéndose a donde estaban sus compinches.
Las campanas no cesaban de sonar, serían ya las cinco de la madrugada.
El chico de Malva, que también vive en Zamora y trabaja en una multinacional, agotado, sangrando y sin respiración, al llegar a las primeras casas habitadas, comenzó a tocar timbres y porrear llamadores, se encendían luces, las gentes del pueblo salían a la calle asustados y preguntándole a él por que de tanto alboroto.
-Pero chacho, que pasa, a que viene este jaleo, subiéndose los pantalones los unos, otros abrochándose los refajos los otros.
- Subir, subir todos a la ermita, llevar escopetas y lo que pilléis, llamar a la guardia civil, sacar los coches, están intentando robar la Virgen del Tobar y más cosas que han descubierto, nos roban al pueblo, pero cuidado hay un hombre armado- cuando se disponía a contarles lo de las ruedas de los coches, se acordó del coche que habían dejado en el camino de Bustillo a unos quinientos metros del palomar.
–Si lo ven estamos perdidos pensó, tengo que subir en el primer coche que aparezca.
Hombres y por supuesto mujeres, que no se iban a quedar atrás, en camisones, batas de guatiné, pijamas, cuchillos, hoces, hocines, zachos, palos, picas y escopetas en mano, unos andando camino arriba, otros en coches, hasta algún tractor, por los caminos y por la carretera, todos hacia la ermita van.
La herida de la bala, le dolía cada vez más, sentía la humedad de la sangre en toda la espalda, necesitaba subir en alguno de los coches para intentar llegar al coche que habían dejado en el camino de Los terreros.
Se subió en el primer coche que salió, le dio indicaciones para que fuera directamente, hasta donde tenía su coche, subieron por el camino de la izquierda, al de la subida a la ermita (por este no podían subir con el coche al ser peatonal, en la parte alta del camino hay clavadas tres piedras, calizas, blancas, similares a las de las construcciones de las iglesias de la zona), este camino cruzando la carretera de Castronuevo va a dar directamente al camino Molino o de Vezdemarban, que bordea la ermita, por la izquierda, pero cuando gira el camino a la derecha, es donde parte el camino de Los terreros hacia Bustillo del Oro, donde tenía el coche, sale justamente antes de llegar al palomar (véase foto desde el aire, que para eso está).
-Alto, párate o te mato- disparando un tiro al aire de intimidación.
En ese momento el chico de Malva, que también vive en Zamora y trabaja en una multinacional aumentó la velocidad zigzagueando, como había visto en tantas películas, y al llegar a la altura de la ermita, en la zona que en tiempos estuvo sin cultivar, a la cual llamaban la playa (pero que nombres les ponen a las cosas, en este pueblo y no digamos los motes, que no quiero mencionar para que nadie se sienta ofendido), sin parar de correr tierras abajo, les voceo a los del campanario.
-Tocad las campanas, no paréis de tocarlas- en ese momento oía un segundo disparo, al oír el tercero, notó el impacto en el hombro, como un golpe seco, en principio, pero enseguida comenzó una sensación rara de calor, dolor, ardor, mordía la bala.
Las campanas comenzaron a sonar tímidamente en un principio, pasados unos instantes, sonaban a todo trapo, un repiqueteo rápido y desigual, como si tocaran a fuego, pero sin el fuego, el dolor aumentaba pero chico de Malva, que también vive en Zamora y trabaja en una multinacional, no paró de correr, corría más el miedo a otro disparo, se oyeron otros dos disparos, la distancia que los separaba comenzó a aumentar, cruzando la carretera de Toro Castronuevo, alcanzó el camino de la subida a la ermita, en este caso bajada, pasó entre las tres piedras, camino abajo para alcanzar las primeras casas, el gallego, corpulento y pesado, viendo que de nada servía seguir corriendo se dio medía vuelta, dirigiéndose a donde estaban sus compinches.
Las campanas no cesaban de sonar, serían ya las cinco de la madrugada.
El chico de Malva, que también vive en Zamora y trabaja en una multinacional, agotado, sangrando y sin respiración, al llegar a las primeras casas habitadas, comenzó a tocar timbres y porrear llamadores, se encendían luces, las gentes del pueblo salían a la calle asustados y preguntándole a él por que de tanto alboroto.
-Pero chacho, que pasa, a que viene este jaleo, subiéndose los pantalones los unos, otros abrochándose los refajos los otros.
- Subir, subir todos a la ermita, llevar escopetas y lo que pilléis, llamar a la guardia civil, sacar los coches, están intentando robar la Virgen del Tobar y más cosas que han descubierto, nos roban al pueblo, pero cuidado hay un hombre armado- cuando se disponía a contarles lo de las ruedas de los coches, se acordó del coche que habían dejado en el camino de Bustillo a unos quinientos metros del palomar.
–Si lo ven estamos perdidos pensó, tengo que subir en el primer coche que aparezca.
Hombres y por supuesto mujeres, que no se iban a quedar atrás, en camisones, batas de guatiné, pijamas, cuchillos, hoces, hocines, zachos, palos, picas y escopetas en mano, unos andando camino arriba, otros en coches, hasta algún tractor, por los caminos y por la carretera, todos hacia la ermita van.
La herida de la bala, le dolía cada vez más, sentía la humedad de la sangre en toda la espalda, necesitaba subir en alguno de los coches para intentar llegar al coche que habían dejado en el camino de Los terreros.
Se subió en el primer coche que salió, le dio indicaciones para que fuera directamente, hasta donde tenía su coche, subieron por el camino de la izquierda, al de la subida a la ermita (por este no podían subir con el coche al ser peatonal, en la parte alta del camino hay clavadas tres piedras, calizas, blancas, similares a las de las construcciones de las iglesias de la zona), este camino cruzando la carretera de Castronuevo va a dar directamente al camino Molino o de Vezdemarban, que bordea la ermita, por la izquierda, pero cuando gira el camino a la derecha, es donde parte el camino de Los terreros hacia Bustillo del Oro, donde tenía el coche, sale justamente antes de llegar al palomar (véase foto desde el aire, que para eso está).