Tachuela 68
En las fiestas de Gallegos (Heli)
Ante la ausencia del cronista de guardia y con permiso de la concurrencia, vamos a añadir otro fascículo a la enciclopedia de Malva. Este podría titularse la delincuencia tangencial, porque los sucesos, le pasaron cingando, por la parte de dentro al delito, pero, para no ser pedante, nos conformaremos con este otro título, más de andar por casa: “Más brutos que la pila un pozo”. En este caso, omitiremos algunos nombres porque no son habituales del foro y no vaya a ser que, el “delito” no haya prescrito del todo y todavía la tengamos. Al mismo tiempo, quiero advertir que en Malva, a pesar de lo que voy a contar, nunca hemos sido ni vándalos, ni macarras, ni pendencieros. Fue un hecho aislado que, como veréis, se resolvió con cuatro carcajadas, como debe ser. Aunque lo parezca, en ningún caso se puede decir que fuera violencia gratuita, porque los cubatas no eran de balde.
Fue en Gallegos del Pan, el año en que fue quinto el tristemente fallecido, en accidente de tráfico Salvadorín, como sabéis descendiente de los Cabezones de Malva. En atención a Iam, explicaremos que ser quinto era empezar los trámites para incorporarse al Servicio Militar, que hace unos años, en España, era obligatorio. Los nacidos en el mismo año se consideraban quintos y habitualmente hacían fiestas en sus respectivos pueblos, para celebrar que durante un año y pico estarían debajo de una gorra verde, barriendo cuarteles y dando zapatazos contra el suelo para hacer más lustrosos los desfiles.
Así que aquel año, habían preparado su fiesta, los quintos de Gallegos y allí que acudimos los mozos de Malva, no sin antes haber recorrido algún que otro bar, discoteca o ambas cosas, donde íbamos cogiendo el puntillo necesario para afrontar aventuras como la que nos esperaba. Si a alguno no lo nombro, que lo diga, porque no me acuerdo muy bien. Solo sé que Pon, Alfredo, el que nombraremos a partir de ahora como Tsunami y yo. Lo de Tsunami, dicho sea sin ánimo de ofender. En cuanto leáis sus efectos, caeréis en la cuenta.
En la búsqueda del baño de la limonada, con que habitualmente se obsequiaba a los forasteros por aquel entonces, nos tropezamos con una fuente pública, réplica de las tres que había en Malva y que tristemente desaparecieron. La pobre fuente de Gallegos, no decía ni pío, estaba allí, medio camuflada en la oscuridad, entre la escuela y la iglesia. No tenía culpa ninguna, pero se llevó, de parte de Tsunami, un par de cantazos en cada uno de sus grifos que no le quedaron más ganas de dar agua.
Cuando acabó con la fontanería, Tsunami, y los que, inútilmente tratábamos de contenerle, nos dirigimos a la escuela, donde los quintos tenían el susodicho baño de limonada. Allí siguió, Tsunami, la obra de albañilería preparando una pecina con el contenido del mencionado baño: vino, agua, naranjas y limones terminaron por el suelo como sí tal cosa. Como ya no había nada qué beber, ni qué hacer allí, Tsunami decidió meterse con los remates eléctricos, tan pejigueros en toda obra que se precie y arrancó la llave de la luz, con evidente riesgo de provocar un cortocircuito. Afortunadamente, no hubo tal, pero igual que la electricidad, empezó a circular por el pueblo, la voz de que andaban unos cuantos armando camorra, aunque, aquel domingo, no vimos, ni hicimos nada más digno de resaltar. Al día siguiente, gracias al adsl que entonces era el coche de línea, llegó a nuestros oídos, que en Gallegos, acusaban a los de Malva de no sé qué gamberradas. Pero, aparte de alguna resaca más pronunciada en unos que en otros, no hicimos mucho caso, que digamos.
Un par de meses después, con todas las aguas, menos las de la fuente de Gallegos, volviendo a su cauce, llega el primer domingo de octubre, en que Gallegos del Pan celebra el día del Rosario. Si Pon asaltaba el fuerte de casa de Flora, donde su padre guardaba el coche, ya teníamos donde ir a pasar aquel aburrido domingo de otoño: ¡a Gallegos!. A este viaje se apuntaron también Miguel y El Pacificador. Le daremos ese nombre porque su intención, conociendo los hechos acaecidos en verano, era el de calmar cualquier ánimo que pudiera alterarse, que nadie chiscara un cigarro, por si ardía toda la gasolina derramada anteriormente. Alegaba, además, intereses comerciales ambulantes, por lo que intentamos comprometernos a portarnos como cuando estábamos en misa, con Don Carlos vigilándonos desde la torre de sus ciento y pico kilos: tan formales como nos dejara la risa.
El baile era en el bar de Honorato, cuya barra hacía una ele, que terminaba en la puerta que daba acceso al baile. En ese esquinazo nos colocamos al empezar la primera sesión de baile, de tal manera que todo el que intentaba entrar en el mismo, nos obligaba, por la estrechez del sitio, a desplazarnos para atrás o para adelante y a mover las caderas, para que pudiera pasar. Eso fue todo lo que bailamos durante las dos sesiones de baile que permanecimos guardando la puerta. Eso sí, los cubatas iban cayendo al tran-tran, mientras, en el otro extremo de la barra se iban juntando los mozos de Gallegos, con cara de haber ligado lo mismo que nosotros.
Acabada la música, cerraron la puerta del baile, ganando nuestras caderas la tranquilidad que, por los cubatas, habían ido perdiendo nuestras cabezas. A Miguel y a Pon no se les ocurrió otra cosa que, para medir la resistencia de las suyas, amocharse como los ciervos, a cabezazo limpio. Como no podía ser de otra forma, surgió la chispa. En uno de esos amochones, tiraron un taburete contra la puerta de cristal del baile, que acababan de cerrar, haciendo añicos el cristal y la paz que había reinado, hasta ese momento.
-“ ¡Ya están otra vez los de Malva, como siempre!.” Amenazaban, desde la otra punta de la barra, los mozos de Gallegos.
- “Tranquilos, que no pasa nada, decía Tsunami. Honorato, dime lo que vale el cristal y estos cubatas que has puesto, que te lo pago ahora mismo”.
-“Es que siempre estáis igual, que no tuvisteis bastante con lo de los quintos, que sois unos tal y unos cuál,” insistían lo de Gallegos.
- “ ¡Venga, coño, tranquilos!, mediaba El Pacificador, dejaros de bobadas que no ha pasado nada, que el cristal se ha roto sin querer y, si eso, se paga y punto.”
En estos envites y vueltas, íbamos, poco a poco saliendo a la calle, dónde parece que se arreglarían mejor estas cosas, al decir de los ofendidos mozos de Gallegos. En cuanto accedimos a sus deseos y nos personamos en plena calle, el pobre Pacificador, cayó al suelo todo lo largo que era, sin duda esquivando algún puñetazo que se perdió en el aire, porque no sonó más ruido que el que hizo al dar con su cuerpo en los chinacos del suelo. Se sacudió el polvo y algún rasponazo, mientras poco a poco, caminábamos en dirección al coche de Pon, que estaba aparcado, un poco más arriba, en la plaza. Los mozos de Gallegos venían detrás de nosotros, soltando toda clase de improperios y amenazas, pero con un tono más cachondo que amenazador, lo que nos provocaba más de una sonrisa que tratábamos de ocultar para no pecar de fanfarrones.
Cuando llegamos al coche, Pon se disponía a meter la llave para abrir la puerta, en el momento que uno de los mozos, que era pastor, bajito, pero pura fibra y nervio, se dio cuenta de que a Pon se le había escapado una risita y le advirtió:
-“ ¡Y tú, rubio, no te rías, que te pego dieciséis hostias que te parto el flequillo!”.
Ante tan descomunal amenaza, lo que, hasta entonces, habían sido discretas sonrisas, se tornaron, de repente, en tan escandalosas carcajadas, que tuvimos que ir a sujetarlas con unos cubatas en el bar de Honorato. Cubatas, que todos se empeñaban en pagar, los de Gallegos, los de Malva y hasta Honorato… pero eso, ya lo discutiremos en otro momento.
Continuará.
Salud
En las fiestas de Gallegos (Heli)
Ante la ausencia del cronista de guardia y con permiso de la concurrencia, vamos a añadir otro fascículo a la enciclopedia de Malva. Este podría titularse la delincuencia tangencial, porque los sucesos, le pasaron cingando, por la parte de dentro al delito, pero, para no ser pedante, nos conformaremos con este otro título, más de andar por casa: “Más brutos que la pila un pozo”. En este caso, omitiremos algunos nombres porque no son habituales del foro y no vaya a ser que, el “delito” no haya prescrito del todo y todavía la tengamos. Al mismo tiempo, quiero advertir que en Malva, a pesar de lo que voy a contar, nunca hemos sido ni vándalos, ni macarras, ni pendencieros. Fue un hecho aislado que, como veréis, se resolvió con cuatro carcajadas, como debe ser. Aunque lo parezca, en ningún caso se puede decir que fuera violencia gratuita, porque los cubatas no eran de balde.
Fue en Gallegos del Pan, el año en que fue quinto el tristemente fallecido, en accidente de tráfico Salvadorín, como sabéis descendiente de los Cabezones de Malva. En atención a Iam, explicaremos que ser quinto era empezar los trámites para incorporarse al Servicio Militar, que hace unos años, en España, era obligatorio. Los nacidos en el mismo año se consideraban quintos y habitualmente hacían fiestas en sus respectivos pueblos, para celebrar que durante un año y pico estarían debajo de una gorra verde, barriendo cuarteles y dando zapatazos contra el suelo para hacer más lustrosos los desfiles.
Así que aquel año, habían preparado su fiesta, los quintos de Gallegos y allí que acudimos los mozos de Malva, no sin antes haber recorrido algún que otro bar, discoteca o ambas cosas, donde íbamos cogiendo el puntillo necesario para afrontar aventuras como la que nos esperaba. Si a alguno no lo nombro, que lo diga, porque no me acuerdo muy bien. Solo sé que Pon, Alfredo, el que nombraremos a partir de ahora como Tsunami y yo. Lo de Tsunami, dicho sea sin ánimo de ofender. En cuanto leáis sus efectos, caeréis en la cuenta.
En la búsqueda del baño de la limonada, con que habitualmente se obsequiaba a los forasteros por aquel entonces, nos tropezamos con una fuente pública, réplica de las tres que había en Malva y que tristemente desaparecieron. La pobre fuente de Gallegos, no decía ni pío, estaba allí, medio camuflada en la oscuridad, entre la escuela y la iglesia. No tenía culpa ninguna, pero se llevó, de parte de Tsunami, un par de cantazos en cada uno de sus grifos que no le quedaron más ganas de dar agua.
Cuando acabó con la fontanería, Tsunami, y los que, inútilmente tratábamos de contenerle, nos dirigimos a la escuela, donde los quintos tenían el susodicho baño de limonada. Allí siguió, Tsunami, la obra de albañilería preparando una pecina con el contenido del mencionado baño: vino, agua, naranjas y limones terminaron por el suelo como sí tal cosa. Como ya no había nada qué beber, ni qué hacer allí, Tsunami decidió meterse con los remates eléctricos, tan pejigueros en toda obra que se precie y arrancó la llave de la luz, con evidente riesgo de provocar un cortocircuito. Afortunadamente, no hubo tal, pero igual que la electricidad, empezó a circular por el pueblo, la voz de que andaban unos cuantos armando camorra, aunque, aquel domingo, no vimos, ni hicimos nada más digno de resaltar. Al día siguiente, gracias al adsl que entonces era el coche de línea, llegó a nuestros oídos, que en Gallegos, acusaban a los de Malva de no sé qué gamberradas. Pero, aparte de alguna resaca más pronunciada en unos que en otros, no hicimos mucho caso, que digamos.
Un par de meses después, con todas las aguas, menos las de la fuente de Gallegos, volviendo a su cauce, llega el primer domingo de octubre, en que Gallegos del Pan celebra el día del Rosario. Si Pon asaltaba el fuerte de casa de Flora, donde su padre guardaba el coche, ya teníamos donde ir a pasar aquel aburrido domingo de otoño: ¡a Gallegos!. A este viaje se apuntaron también Miguel y El Pacificador. Le daremos ese nombre porque su intención, conociendo los hechos acaecidos en verano, era el de calmar cualquier ánimo que pudiera alterarse, que nadie chiscara un cigarro, por si ardía toda la gasolina derramada anteriormente. Alegaba, además, intereses comerciales ambulantes, por lo que intentamos comprometernos a portarnos como cuando estábamos en misa, con Don Carlos vigilándonos desde la torre de sus ciento y pico kilos: tan formales como nos dejara la risa.
El baile era en el bar de Honorato, cuya barra hacía una ele, que terminaba en la puerta que daba acceso al baile. En ese esquinazo nos colocamos al empezar la primera sesión de baile, de tal manera que todo el que intentaba entrar en el mismo, nos obligaba, por la estrechez del sitio, a desplazarnos para atrás o para adelante y a mover las caderas, para que pudiera pasar. Eso fue todo lo que bailamos durante las dos sesiones de baile que permanecimos guardando la puerta. Eso sí, los cubatas iban cayendo al tran-tran, mientras, en el otro extremo de la barra se iban juntando los mozos de Gallegos, con cara de haber ligado lo mismo que nosotros.
Acabada la música, cerraron la puerta del baile, ganando nuestras caderas la tranquilidad que, por los cubatas, habían ido perdiendo nuestras cabezas. A Miguel y a Pon no se les ocurrió otra cosa que, para medir la resistencia de las suyas, amocharse como los ciervos, a cabezazo limpio. Como no podía ser de otra forma, surgió la chispa. En uno de esos amochones, tiraron un taburete contra la puerta de cristal del baile, que acababan de cerrar, haciendo añicos el cristal y la paz que había reinado, hasta ese momento.
-“ ¡Ya están otra vez los de Malva, como siempre!.” Amenazaban, desde la otra punta de la barra, los mozos de Gallegos.
- “Tranquilos, que no pasa nada, decía Tsunami. Honorato, dime lo que vale el cristal y estos cubatas que has puesto, que te lo pago ahora mismo”.
-“Es que siempre estáis igual, que no tuvisteis bastante con lo de los quintos, que sois unos tal y unos cuál,” insistían lo de Gallegos.
- “ ¡Venga, coño, tranquilos!, mediaba El Pacificador, dejaros de bobadas que no ha pasado nada, que el cristal se ha roto sin querer y, si eso, se paga y punto.”
En estos envites y vueltas, íbamos, poco a poco saliendo a la calle, dónde parece que se arreglarían mejor estas cosas, al decir de los ofendidos mozos de Gallegos. En cuanto accedimos a sus deseos y nos personamos en plena calle, el pobre Pacificador, cayó al suelo todo lo largo que era, sin duda esquivando algún puñetazo que se perdió en el aire, porque no sonó más ruido que el que hizo al dar con su cuerpo en los chinacos del suelo. Se sacudió el polvo y algún rasponazo, mientras poco a poco, caminábamos en dirección al coche de Pon, que estaba aparcado, un poco más arriba, en la plaza. Los mozos de Gallegos venían detrás de nosotros, soltando toda clase de improperios y amenazas, pero con un tono más cachondo que amenazador, lo que nos provocaba más de una sonrisa que tratábamos de ocultar para no pecar de fanfarrones.
Cuando llegamos al coche, Pon se disponía a meter la llave para abrir la puerta, en el momento que uno de los mozos, que era pastor, bajito, pero pura fibra y nervio, se dio cuenta de que a Pon se le había escapado una risita y le advirtió:
-“ ¡Y tú, rubio, no te rías, que te pego dieciséis hostias que te parto el flequillo!”.
Ante tan descomunal amenaza, lo que, hasta entonces, habían sido discretas sonrisas, se tornaron, de repente, en tan escandalosas carcajadas, que tuvimos que ir a sujetarlas con unos cubatas en el bar de Honorato. Cubatas, que todos se empeñaban en pagar, los de Gallegos, los de Malva y hasta Honorato… pero eso, ya lo discutiremos en otro momento.
Continuará.
Salud