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CASTROVERDE DE CAMPOS: PAÍSES BAJOS Y RUTA JACOBEA:: PÀGINA Nº 3...

PAÍSES BAJOS Y RUTA JACOBEA:: PÀGINA Nº 3
Clara había estado en Bruselas en dos ocasiones; la primera, en uno de esos itinerarios organizados a los fiordos noruegos, y la segunda en un viaje a la mítica Avebury, para ver in situ los agroglifos de los campos de cereales, conocidos como los círculos de las cosechas. Pero como iban a todo correr, no había podido saborear la ciudad, más allá de los lugares turísticos que muestran los guías, aunque sí pudo percibir el halo del merecido sello de capital europea, y su atmósfera cosmopolita. En esas ocasiones había recorrido deprisa la Grand Place, con envidia de las personas que consultaban sus planos, hacían fotos o, simplemente, admiraban los edificios históricos que circundan la plaza, mientras tomaban su lambic de la tarde. Esta vez era distinto, y allí estaba ella, en la terraza del bar Le Roi de L’Espagne, en plena plaza, al lado del busto del rey de España Carlos II que lo fue también de Bélgica en el siglo XVII. La mayoría de los edificios de la plaza fueron reconstruidos en los últimos cinco años del reinado del monarca español, tras haber sido bombardeados por los franceses en la Guerra de los Nueve Años. Los Países Bajos eran posesiones españolas hasta que fueron cedidos a Austria. La unión con España lo fue por el matrimonio de nuestra Juana I de Castilla, apodada «la Loca», con Felipe el Hermoso, de Flandes. Muchas casas de la plaza están decoradas con bustos de Carlos II y su escudo de armas. En el Ayuntamiento bruselense hay un cuadro ecuestre de «el Hechizado», pintado por Van Orley. Mientras los compañeros de viaje visitaban el Parlamento Europeo, Clara había optado por ir a la Catedral de Saint Michel, una joya gótica del siglo XV, y después a dar una vuelta por los mercadillos. Suelen estar muy concurridos, y en ellos se puede encontrar comida, ropa, antigüedades o libros de quinta mano, incluso apolillados. En el Grand Sablon compró uno sobre Egipto con fotos de excavaciones, publicado a principios del siglo pasado, pero nada especial, aunque casi se lo quita de las manos un alemán de barba larga. Es muy interesante ver la diversidad de gentes que revuelven los puestos en busca de la ganga inesperada. Moverse por la ciudad resulta muy fácil para el viajero, sea en tranvía, autobús, metro o coche de caballos. El tranvía ofrece la oportunidad de respirar bocanadas de ciudad y ver rincones sin estatuas, que no figuran en ninguna guía, porque no son importantes. Bruselas es una de las ciudades más caras de Europa, pero, en contra de lo que se cree, a pesar de su aparente frialdad, es visible la educación, la amabilidad y el civismo de sus habitantes. Clara tenía la sensación de que todo el mundo quería contribuir a que su estancia fuese agradable y lo estaban consiguiendo. Cuando hay poco tiempo y se quiere ir a tiro fijo, nada mejor que quedar con un greeter, una especie de guía, capaz de desvelar al viajero todos los secretos de la ciudad. Curiosamente, muchos de estos cicerones son extranjeros. El entorno del edificio de la Bolsa congrega un gran número de bares, con mesas fuera, para hacer un alto y sentarse a tomar algo, mientras se observa el bullicio en las horas punta. El público ha descubierto el placer de contemplar las ciudades iluminadas bajo la bóveda estelar; por eso se han puesto de moda las terrazas de copas en los áticos de los edificios. Los muy esnobs no resisten la tentación de ir a cenar al Belgium Taste. Es el restaurante del Atomium, situado en la bola de arriba, a cerca de cien metros del suelo. Subir allí a tomar poularde para airearlo en Instagram y en el Facebook a Clara no le seducía nada, aunque reconoce que la vista es espectacular. Prefirió hacer la visita por la mañana y aprender un poco sobre la energía nuclear, en el famoso monumento, símbolo de Bruselas en el mundo, y una de las maravillas de la época moderna.,, NAZARIO MATOS..