CASTROVERDE DE CAMPOS: TIERRA DE CAMPOS  ...

TIERRA DE CAMPOS  
BELLA "LOA" SR VILA FRANCÈS. SOLO LOS QUE NACIMOS  Y VIVIMOS EN TIERRA DE CAMPOS RODEADOS DE MIESES Y OVEJAS EN ESAS INMENSAS LLANURAS SIN APENAS ÀRBOLDAS ENTENDEMOS  SU ""LOA-PANEGÌRICA"". GRACIAS POR CONSEGUIR QUE ME SIENTA ORGULLOSO DE HABER NACIDO EN ESAS LLANURAS ESTEPARIAS. MI TREN BURRA NOS LLEVÒ A LOS PUEBLOS DE NUESTRO ENTORNO Y SOBRE TODO A "VALLADOLID", NO HABÌA PRISAS Y DISFRUTÀBAMOS MÀS CUANTO MÀS TIEMPO  SEGUIAMOS EN EL TREN. NUNCA OLVIDARÈ ESOS VIAJES A LOS QUE NO IMPORTABA EL TIEMPO QUE DURABAN. DE NUEVO GRACIAS MIL POR ACERCARSE Y HABLAR A LOS TERRACAMPINOS DE HOY Y SOBRE TODO DE AYER. CORDIALMENTE. NAZARIO MATOS
TIERRA DE CAMPOS::

Sala de espera: El tren Burra | Le Miau Noir Revista Culturalalfonso vila francès  En primer lugar habría que aclarar la diferencia entre “El tren Burra”, que originariamente se refería al tren Valladolid-Medina de Rioseco” y el resto de líneas que integraban los llamados “Secundarios de Castilla”, pero no es mi intención (como ya se vio en la primera parte: “Sala de espera: estaciones del paramo”) hacer un artículo exhaustivo, de investigación histórica, con datos estadísticos y citas de estudiosos de la materia.  Alfonso Vila FrancésCualquier lector interesado puede indagar en la información histórica que tenemos. Y puede sorprenderse de la astucia y la tacañería de un empresario que invita a viajar gratis en su tren (pero sólo el viaje de ida, no el de vuelta) y se reserva ese “pequeño detalle” para cuando sus viajeros ya han completado la primera parte del viaje inaugural. Lo que se pretende aquí es hablar del tren y del paisaje que atravesaba. Del tren y la memoria que dejó. Sea “Tren burra” o no, lo cierto es que las líneas de vía estrecha que acabaron formando los Ferrocarriles Secundarios de Castilla”, una especie de tela de araña muy alargada y casi invisible que caía sobre los helados campos castellanos y, en algunas mañanas y tardes, brillaba como finísimos hilos de oro sobre el fondo azul y ocre del cielo y los campos infinitos, bien se merecen el honor de ocupar esta segunda entrega de “Sala de Espera” (y ruego al lector que me perdone esta súbita vena poética, pero el lugar lo reclama, y cualquiera que haya visto extenderse la plataforma del ferrocarril, recta y delgada, entre los inmensos trigales castellanos, con la tierra desnuda en el frío invierno, entre repentinos rayos de sol entre nubles oscuras, podrá entender y perdonar mi ramalazo poético). Primero por su tamaño, más de doscientos kilómetros de vías. Segundo por su particularidad: su insignificancia entre el paisaje, su modestia constructiva, su austeridad elegante. No es un tren que atraviese altos montes ni grandes ríos, ni ciudades importantes ni otros lugares que sean muy conocidos por el público en general. Por ejemplo no es un tren que se tropiece con el Camino de Santiago, que cruza la meseta algo más al norte. No es un tren que te sirva para ir de Valladolid a Palencia, pues para eso está el de vía ancha, mucho más directo y cómodo. No llega a León. No llega a Zamora, ni siquiera llega a Benavente, aunque se pretendía. Casi todas las estaciones corresponden a pueblos pequeños. Sólo algunos pueblos grandes, como Medina de Rioseco o Valencia de Don Juan, pueden servir (o podían servir, mejor dicho), de reclamo turístico. El paisaje que atraviesa es llano y casi monótono. No tiene túneles, grandes puentes, obras de ingeniería destacadas. Es un tren al que le encaja perfectamente lo que Iñigo Domínguez escribió sobre el Transiberiano en la revista Jot Down: Algo especial de este viaje es que no tiene nada de especial, salvo el viaje. Y si lo piensan ya no es algo tan habitual. Quiero decir, que no hay mucho que ver de monumentos y eso. Es un itinerario que no es turístico, al contrario, tiene escaso interés turístico. Vamos, que no se encuentran las clásicas cosas que buscan, que buscamos, los turistas. Y tampoco la naturaleza se ha entretenido en hacer nada de particular, es sencillamente inmensa y ya está, produce pocos sobresaltos. Es todo más bien anodino, rutinario, normal. Y esa normalidad tiene algo fascinante de observar, de puro espectáculo insólito. Porque es algo que nunca haces, ni en vacaciones, y mucho menos en vacaciones, un lapso de tiempo donde todo tiene la obligación de ser especial. Este viaje, en un cierto modo, puede considerarse como una gran pérdida de tiempo. ¿No es maravilloso? Cuando leo esto pienso que los interminables bosques de Siberia no son tan distintos de los interminables campos de “Tierra de Campos” (nunca hubo un nombre más apropiado para una comarca). Aquí no hay mucho que ver, a simple vista de hecho no hay nada que ver, y sin embargo eso es lo interesante, es vacío del desierto que gusta tanto a algunos viajeros y aventureros y que cuesta entender, pero luego, una vez entendido, cuesta olvidar. Yo he visitado estas tierras de vacaciones, y cuando les cuento a mis amigos dónde he estado, lo encuentran “curioso”, “exótico”, “extraño”, uno más de mis muchos caprichos difíciles de explicar. ¿No has visto la catedral de León? Pues no. No he entrado en León ciudad (y qué conste que me encanta la catedral de León, pero no es eso lo que iba buscando). Ni tampoco me he ido a los Picos de Europa, ni a los Ancares, ni a ningún otro espectacular recodo de las montañas leonesas. Me he perdido por la inmensa meseta, donde no hay nada. Sólo algunos pueblos pequeños. Sólo un tren olvidado.
Un tren en el que ya no se puede viajar, y del que ya no quedaba casi nada (ahora se están recuperando algunos tramos como vía verde, lo cual está muy bien, pero que a los aficionados del ferrocarril como a mí nos deja con un cierto sabor agridulce en la boca), pero tenemos relatos de viajeros ingleses que pasaron por aquí en los dormidos años del franquismo (digo dormidos porque no parecía pasar nada, nada más que la vida cotidiana de gentes modestas, orgullosas pese a todo y muy adustas y desconfiadas al principio, si bien luego, cuando te aceptaban o dejaban de percibirte como una amenaza, se mostraban cordiales y muy sinceras), y esos relatos hablan tanto del paisaje como de la naturaleza de las gentes que habitaban ese paisaje. Son libros de aventuras ferroviarias, pero también son libros que nos hablan de un mundo, de una manera de vivir, ya desaparecida.. NAZARIO MATOS..


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