ADALIA: MÁS ALLÁ DE LAS MEIGAS...

MÁS ALLÁ DE LAS MEIGAS

Tres libros para leer, Rilke, Delibes y Vargas Llosa en la maleta. Tres semanas por Galicia, para acompañar a Cristina, mi hija soprano y, a nuestra nieta Alba, como felices abuelos canguros.
La Camerata Lírica de España, hace asequible a los niños de siete a diez años, un bonito divertimento “Humor en la Ópera” representado con acierto.
En Lugo, la vieja ciudad ceñida por su muralla con la catedral, que expone su verdoso color, como anticipo metafórico del romanticismo gallego. El tortuoso camino a Santiago por los Ancares, más bien misericordioso, donde la cultura de la piedra te va compensando, como en la catedral de Ourense. La magia de sus arcos del pórtico del paraíso con sueños Compostelanos, lo que hace pensar en la influencia eclesial, donde un obispo fue dueño y señor de la villa. Un Palacio Episcopal del siglo Xll lo atestigüa. El agua de las Burgas, hace de esta ciudad un relajante balneario.
Muy digna de su capitalidad la belleza de Pontevedra nos ofrece mucho arte. Su redondez arquitectónica como una concha de vieira de un neoclasicismo barroco, tiene la pequeña Iglesia de la Virgen Peregrina. Ella preside una monumental y entrañable ciudad, que invita a pasearla despacio, para ir descubriendo el encanto cultural. “Los gozos y la sombras” por su casco antigüo. En calles y plazas te imaginas las vivencias literarias, para despertar el sabor de los siglos dormidos. Ahí se rodaron muchas escenas y, en la plaza del Teucro o de La Leña, te puedes sentir dentro de la novela. Todo ello es un escenario donde te dejan una silla vacía, para que puedas sentarte con Castelao, con Valle-Inclán y otros literatos, y escuchar el violín de Quiroga, retenidos en bronce, pero respirando con ellos el sabor de un café. Asistiendo anímicamente con ellos a inolvidables tertulias literarias. Sin olvidar a Ravachol, un loro famoso, un personaje inmortalizado en bronce en la Plaza de la Peregrina, que todo el mundo conoce. Ya que en frente había una botica ya desaparecida y, el pájaro charlatán siempre le avisaba al boticario. Todos los años en carnaval celebran su entierro humorísticamente.
El anochecer, en Santiago de Compostela y Plaza del Obradoiro. Un lugar de llegada o de partida. Un cansancio de siglos, por un camino interminable de sueños. Las piedras hablan en una iluminada catedral de brazos abiertos, con sus piedras verdosas y una languidez de canciones de la tuna imaginadas, entre las callejuelas, -y las meigas escondidas-.
El pórtico de la gloria donde el maestro Mateo concibió un mundo glorioso hace ocho siglos. Una concienzuda genialidad hizo y, casi el tiempo deshizo, para volver a rehacer y revivir su esplendor en su magistral rehabilitación. Todo un misterio sobrenatural de unas figuras sonrientes y, otras con miradas enigmáticas. Un juicio final pétreo de la Edad Media. Representar las almas en la gloria, o las ánimas en el descenso a los infiernos en el inframundo. La lucha del bien y el mal, todo un cúmulo de Ángeles, de cadáveres y diablos, que tanto miedo dieron a Rosalía de Castro. Pero al final, toda una salvación por la figura central de “El que fue, el que es y el que será” en la literatura cristiana.
Vigo, la urbe de la Galicia industrial, más bien ahora todo lo contrario, si observamos como está el panorama con la crisis. Los industriales catalanes invirtieron en las conserveras, en un puerto privilegiado, que creció y creció alocadamente, pero donde ahora se nota falta de dinero y, una tiranía hacia el ciudadano. La ocurrencia de muchos ayuntamientos con las multas y, lo que no son multas, parece que hemos vuelto a las dictaduras. Lo que no está prohibido, es obligatorio.
Con lo bonitas que son las estatuas por Galicia, ¿A quien se le ocurriría la idea del “Sireno”…?, Un monstruo marino en medio de la ciudad, tan horroroso. Parece como que se estuviera riendo del personal. A mí me parece algo surrealista y que según parece no gusta casi a nadie. Y otro lucrativo negocio a consta del ciudadano es hacer indiscriminadamente parkings subterráneos y abusar de los conductores, prohibiendo los aparcamientos en las calles.
Pero volvamos a las rías baixas, del marisqueo, a las bahías paradisíacas. Isla de La Toja con la interminable playa de la lanzada. Pintorescos Pazos con sus hórreos; Monasterios tristes y, carreteras de curvas nos llevan hasta A Guardia y el monte Santa Tecla, con la desembocadura del río Miño. Un balcón que mira a Portugal. (Allí nos pudimos hacer las mismas fotos que hace ya cuarenta y dos años, en nuestro viaje de novios), en el poblado celta y en la cruz de piedra. Un paseo bordeando el parador de Baiona nos reconcilia del mundanal ruido. Aunque hay buenas autopistas, merece la pena ir por carreteras antigüas canturreando “Negra sombra” hasta llegar a esa Galicia profunda cerca de Cangas. El Cruceiro de Hio es toda una joya de 1.872 hecho con esfuerzo por el maestro Cerviño, una reliquia en un solo bloque de granito. Un patrimonio etnográfico que se conserva intocable, porque no se puede limpiar, -ni falta que hace-. El tema se repite, esa idea mágica un tanto obsesiva de las ánimas y el purgatorio. Adán y Eva ante el pecado original etc. Junto a la Iglesia del siglo Xll, Un cementerio, más bien un mausoleo inquietante, por el que parece intuirse la creencia de una procesión de la “Santa Compaña”. Un lugar de paz y sosiego… Ya dijo Don Camilo José Cela “Haberlas haylas”. Llegamos A Coruña, como una isla en el Cantábrico. El faro de Hércules brilla melancólicamente, y del que algunos barcos se embelesan demasiado, en su costa de la muerte. Pero bellísima como la de Santander.
En fin, termino esta semblanza mía de Galicia en Ferrol, una zona deprimida, pero con raíces propias. Con gente encantadora, a la que se le puede preguntar de todo, menos una cosa. Quizá el Generalísimo tenía que haber nacido en otro sitio, pero también allí nació Don Gonzalo Torrente Ballester, al que se le está celebrando el centenario de su nacimiento. Ese inteligente Ferrolano que escribía con retranca los más exquisitos entresijos costumbristas.
Nos contaba el dueño del hotel de Ferrol, que hace años en su pueblo, a veces las vacas no podían dar leche. Las ubres parecían ir a estallar porque alguien les había echado el mal de ojo… Pero alguien, siempre llamaba a alguien… y, siempre todo volvía a la normalidad, más allá de las meigas.

Jacinto Herreras Martín