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SORIA: Al acabarse el verano volví a casa. Cuando empezó el...

Al acabarse el verano volví a casa. Cuando empezó el curso, mis padres me metieron en el colegio de las monjas, donde conocí a los que iban a ser mis primeros amigos de párvulos. La mayoría eran conocidos del barrio, pero otros venían de distintos puntos de la ciudad, como Marcelino que vivía en el lejano barrio de Los Pajaritos. A partir de entonces, nuestros límites cotidianos se ensancharían hasta el lejano finisterre de la Fuente Cabrejas. Pronto conocimos que aquel recinto cerrado, el universo diario de los palotes y lecturas en el catón, se dividía en dos, anverso y reverso, cara y cruz, arriba y abajo, como el yin y el yang oriental: los alumnos de pago y los gratuitos. Éstos ocupaban las aulas de la planta baja, frías y sombrías, con las baldosas de cemento, que daban a una galería interior que se abría a un pequeño patio umbrío en el que apenas entraba el sol, lo que todavía se echaba más en falta los días del largo invierno soriano. Aquel pequeño cosmos lo compartíamos el hijo del ferroviario, el del carpintero o el del guardia con el que tenía un padre camarero, albañil o empleado de Correos. Los niños de pago ocupaban las clases con suelo de tarima de las plantas superiores, soleadas, lo que se agradecía en los días del largo invierno soriano. A la hora del recreo, los niños de pago jugaban en un patio y los gratuitos en otro. La misma separación que se daba en los párvulos, donde había niños y niñas, se daba en los demás cursos, sólo femeninos, porque el de las monjas era un colegio para niñas. La división geográfica impuesta por las monjitas sólo nos permitía coincidir en el tiempo, pero nunca en el espacio, de modo que hasta entrábamos por puertas distintas. Cuando coincidíamos en el salón de actos, los gratuitos se colocaban en un lado y los de pago en otro, lo mismo que sucedía en la capilla, aunque, curiosamente, rezábamos las mismas oraciones y entonábamos los mismos cánticos –vamos niños al sagrario / que Jesús llorando está / pero viendo tantos niños / muy contento se pondrá- por lo que es de suponer que los rezos y plegarias ascenderían a las alturas al unísono, pero por caminos diferentes, lo que no habría de importar demasiado a los inquilinos de allá arriba, porque, a fin de cuentas, igual que los que llevan a Roma, todos habrían de conducir hasta la casa del Señor.