Sin embargo, este hombre íntegro y tolerante, lleno de proyectos e ideas para su ciudad, tenía que toparse forzosamente con la oposición y el cerrilismo de los mediocres que, aparentes paradojas de la vida, terminarían colocándose en el Ministerio de Cultura. Así, sin cejar en su ignominiosa tarea de acoso y derribo, lograron que un aciago día para la cultura soriana, la zafiedad de un alcalde iletrado y el desprecio que suele engendrar la ignorancia, con la impunidad que daba el cargo, consumase a escondidas uno de los más burdos latrocinios que se recuerdan: hizo llamar a los bomberos para que apagasen el fuego de la cultura, para que hiciesen el trabajo sucio de abandonar los cuadros como trastos inútiles, junto a picos y palas, polvo y telarañas, en un almacén municipal.