Cuando llegué a Pamplona no sabía quién podría ser Hemingway, un perfecto desconocido del que nunca había oído hablar. Cuando llegué a Pamplona era de noche, vísperas de San Fermín. Desde la estación, a las afueras de la ciudad, subía al centro un autobús atestado de viajeros al que llamaban la villavesa, y toda la ciudad era un hervidero de gentes de aquí y de allá atraídas por la fiesta. No imaginaba entonces que volvería un año tras otro mientras pudiera, y que inevitablemente terminaría impregnándome ... (ver texto completo)