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DEZA: No se trata de un caballo alazano el que montan mis...

No se trata de un caballo alazano el que montan mis dos buenos amigos, pero me recuerda aquel quinteto medieval que dice:
Sobre un caballo alazano
cubierto de galas y oro
demandan licencia, ufanos,
para lancear un toro,
dos caballeros cristianos.
Y, puesto que este link va de burros, voy a participar con este viejo cuento:
El tío Cándido era una buena persona. El nombre le hacía justicia con su condición de bonachón e ingenuo. Era un señor ya mayor, vivía cerca de nuestro pueblo de sus tierras y sus ovejas y tenía un burro para desplazarse por los caminos, aunque, como era tan bueno, en muchas ocasiones prefería ir andando llevando al burro del ramal para no cansarlo.
Un día, mientras caminaba de esta guisa, era observado por dos timadores que decidieron gastarle una broma y, al mismo tiempo, aprovecharse de su ingenuidad. Se escondieron en un camino y, cuando pasó el hombre tirando del burro, le quitaron el cabestro y uno de ellos se lo colocó en la cabeza, mientras el otro se llevaba al burro.
Cuando el tío Cándido volvió la vista y vio al individuo sujeto del ramal, se quedó perplejo, y preguntó:
- ¿Pero que ha pasado? ¿Dónde está mi burro?
-Perdone usted, dijo el malandrín, su burro era yo y le voy a contar el motivo de esta transformación: “yo era un mal estudiante, calavera, mujeriego, bebedor y pendenciero. Mi padre, que costeaba mis estudios en la universidad, cuando supo mi modo de vivir, me maldijo con estas palabras: “ojala te conviertas en burro”. En ese mismo momento, quedé transformado en burro y ahora parece que ha finalizado el hechizo. Puede usted hacer lo que quiera de mí, puesto que soy de su propiedad.
El buen hombre escuchó la historia y decidió dejarlo en libertad con la condición de que enmendara su vida y que, en lo sucesivo, fuera un buen estudiante.
Como se había quedado sin montura, pasados unos meses, fue a la feria de Almazán para comprar otro que sustituyera al anterior. Cual no sería su sorpresa, al comprobar que su burro era uno de los que estaban expuestos para la venta, puesto que los dos timadores querían sacar lucro de su hazaña, aunque el hombre dedujo que el estudiante había vuelto a reincidir en su antigua conducta, convirtiéndose de nuevo en burro.
Se acercó al animal, cogió una de sus orejas y le dijo estas palabras que quedaron reflejadas en el refranero:
-“Quien no te conozca, que te compre”.