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DEZA: Buenos días Deza....

"Hoy tendré tiempo de ser feliz y dejaré mi huella y mi presencia en el corazón de los demás"

PEPEPACO: ¡Precioso...!

Un abrazo.

Buenos días Deza.

Yo, mi padre y mis hijos.

Hace mucho tiempo que se está produciendo en mí, un cambio profundo. Es muy sutil y lento; pero algunas personas allegadas de mi entorno, lo están percibiendo. Quizá esté padeciendo lo que en mi caso pudiera llamarse un “Raimundismo progresivo.
Raimundo se llamaba mi padre. Mi padre y yo teníamos poco en común. Él era muy trabajador y a mí el trabajo me tenía sin cuidado. El arreglaba relojes y yo veía en ello un pasatiempo aburrido. Si alguna vez intenté reparar alguno, sus tripas quedaron revueltas y sin compostura.
El siempre se levantaba a las seis de la mañana y yo podía dormir durante semanas enteras a pierna suelta. En fin, él era mayor que yo.
Con el tiempo los dos fuimos de mediana edad. Mi padre se había mantenido joven durante algunos años, rebajando algo su madurez y yo iba camino de alcanzarla. Pudiera decirse que los dos nos movíamos en campos muy cercano uno del otro. Entonces hablaba con él como si fuese su amigo y hasta incluso fumábamos algún cigarrillo juntos.
Cuando yo era un chaval, mi padre me tenía que llamar varias veces para que yo me levantara, sobre todo en tiempo de la recolección y al final, a veces se enfadaba.. Él no comprendía como yo pudiera quedarme en la cama cuando había tanto trabajo en la era y yo no comprendía su afán de terminar cuanto antes, dichas faenas.
Ya no me acurre eso. Durante muchos años el despertador me ha llamado a las 5 de la mañana y me he levantado sin rechistar. Tenía que ir a mi faena.
Ahora que no tengo ya ninguna ocupación a las seis estoy despierto. Trato de conciliar el sueño y no lo consigo. Durante algún tiempo estuve preocupado por ello, hasta que caí en la cuenta: Me estaba convirtiendo en mi padre.
Creo que muchas personas sabrán de qué estoy hablando. Me refiero a la sensación de adquirir lentamente la personalidad, los modales y hasta el tipo de nuestro progenitor. Los hombres empezamos a experimentarlo cuando alguien nos dice que andamos como nuestro padre, que tenemos aquel tic nervioso o aquella postura que lo caracterizaba. O caemos en la cuenta de que tenemos los mismos defectos o virtudes que tenía él.
Un amigo mío solía decir que le ponía nervioso la forma en que su padre se manchaba la ropa con la ceniza de sus puros. Un día miró su propio regazo y lo vio salpicado de la ceniza de su cigarrillo. Enseguida supo en quien se había convertido.
Mi padre era un excelente cazador. Era su deporte favorito y se conocía palmo a palmo el contorno de varios pueblos de su alrededor. A mí tan sólo oírle hablar de que en tal o cual sitio había cobrado una pieza me aburría. Hoy me gusta recorrer esos mismos lugares y hasta he llegado a comprarme una escopeta aunque nada mas se para tirar al blanco.
Por lógica también debería convertirme en mi madre, puesto que la mitad de mis cromosomas son suyos.
Pero por alguna razón especial, los genes de mi madre se debieron de manifestar en mí en otros tiempos. Sin embargo los de mi padre están tomando ahora, el relevo. Después de todo era mi padre el que tenía que repetir mil veces los detalles de una narración porque nadie parecía escucharle o se le escuchaba a medias... Y era mi padre el que contaba mil veces la misma historia. Antes yo pensaba ser una persona única e irrepetible y que podía hacer exactamente lo que quisiera. Ahora ya sé que existe lo que podemos llamar destino genético manifiesto: Un caso en el que el futuro es realmente el pasado. Sin embargo eso no me preocupa gran cosa. Mi padre fue un gran hombre, agradable, sensible, cordial, cariñoso y listo. No me di cuenta de ello hasta que nos dejó aun cuando ya en muchos aspectos éramos muy parecidos... no como mis hijos conmigo.
¡Madre mía lo que duermen estos hijos...!
A quién habrán salido, me preguntó yo.

Un abrazo.