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Aquellos olmos centenarios que nos arrebató la grafiosis son la metáfora de un pasado ya ido. Esta tierra nuestra tiene grafiosis en el alma, que es la enfermedad de los pueblos desaparecidos, de la emigración y del abandono. Se nos murieron los olmos, como fuimos perdiendo costumbres centenarias, juegos populares, olvidando tradiciones y un rico acervo de palabras cabales y precisas que expresaban fielmente lo que debían expresar en boca del pastor, del campesino o del dependiente de ultramarinos. Palabras que hemos arrumbado, la mayoría de las veces sin justificación, por nuestra propia desidia, unas veces, y otras por mimetismo de unos términos que, erróneamente, creíamos mejores y modernos, y, sobre todo, por la colonización cultural que ha sufrido el campo y las ciudades pequeñas como la nuestra. Los medios de comunicación, sobre todo la televisión, también han contribuido a silenciar los usos y costumbres rurales, desprestigiados ante una sociedad mayoritariamente urbana. Al hombre del campo se le ha colocado injustamente el sambenito de un ser inferior, que no lo es, el atónito palurdo cejijunto y con boina de la España atrasada, motivo de burla y chistes sin gracia. A la par, a cualquier intento de recuperar unas señas de identidad propias y de revitalizar la cultura autóctona se le ha tachado de provincianismo, a veces de forma malintencionada y torticera, cuando no ha sufrido el menosprecio y la indiferencia general y, lo más lamentable, ninguneado por los centros de decisión políticos y culturales de nuestra propia tierra.

Tan sólo unas décadas atrás, los viejos olmos conservaban aún la frondosidad, con el mismo vigor que gozaba nuestra hermosa lengua castellana. Todavía podía oírse por estas tierras que la nieve se regalaba, que los chavales se esbaraban por ella, cuando no estaban arrecidos por el frío; que los zurdos tiraban los cantos con la cucha y algunos a sobaquillo a riesgo de abrirle a alguien una piquera; que a más de uno lo desmorritaron por ponerse farruco o que atrochando se llegaba antes al chozo de la sierra. Términos de un habla que se va muriendo. Palabras de antaño que ya no suelen usarse hogaño. Con su muerte, parece que cada olmo abatido hubiera querido arrebatarnos una palabra, un juego infantil una costumbre y llevárselos consigo. Pero no, también los olmos han sido víctimas; sólo nosotros somos responsables de nuestras acciones y errores. Si un pueblo olvida e ignora los mitos, tradiciones, usos y costumbres que conforman su legado cultural histórico, será un pueblo condenado a no reconocerse a sí mismo. Un pueblo que olvide todo esto, un pueblo sin memoria, no tiene interés en respetarse, ni merecerá ni podrá esperar el respeto de los demás.

(CONTINÚA)