Y este es el segundo.
Hablábamos del 11-S 2001 y del 11-M 2004, a propósito de aquella historia de un viejo profesor y de la búsqueda de culpables.
Ambos fueron días terribles, en la primera fecha para EE. UU. y en la segunda para España. Pero he de reconocer que al estupor y sobrecogimiento en ambas ocasiones, por los espantosos sucesos, siguieron después pensamientos y sentimientos distintos en ambos casos.
Respecto a los americanos, reconozco que no habían sido nunca mi modelo de sociedad, ni me caía bien, a qué negarlo. Pero cuando vi la reacción serena y responsable de aquella gente y en sentido de país que mostraron, se ganaron mi respeto. (Hubiera dicho sentido patriótico, pero, con tanto indocumentado y demagogo como anda por ahí, más de uno me hubiese llamado facha, seguro.) Y la clase política hizo gala de "fair play", madurez y patriotismo (lo siento). Sabían unos y otros -me refiero a los políticos y al resto de los ciudadanos- que los culpables no estaban ni en el Congreso ni en el Senado, sino en el seno del fanatismo teocrático islámico.
Aquí no, aquí todo fue distinto. Aquellos días reconozco que pasé vergüenza de ser español, vergüenza ajena por la reacción de la clase política que sufrimos y del pueblo que tenemos (o al menos una parte) que salvo casos aislados, nunca descargó su indignación contra esos mismos fanáticos islamistas. Creo que tres días después había elecciones. Los de las bombas sabían bien lo que hacían, sabían que aquí ni somos americanos ni tenemos sentido nacional. Si hubiera podido, aquel día me hubiese exilado; a Finlandia, por ejemplo, la patria de Sibelius. A pesar del frío.
Hablábamos del 11-S 2001 y del 11-M 2004, a propósito de aquella historia de un viejo profesor y de la búsqueda de culpables.
Ambos fueron días terribles, en la primera fecha para EE. UU. y en la segunda para España. Pero he de reconocer que al estupor y sobrecogimiento en ambas ocasiones, por los espantosos sucesos, siguieron después pensamientos y sentimientos distintos en ambos casos.
Respecto a los americanos, reconozco que no habían sido nunca mi modelo de sociedad, ni me caía bien, a qué negarlo. Pero cuando vi la reacción serena y responsable de aquella gente y en sentido de país que mostraron, se ganaron mi respeto. (Hubiera dicho sentido patriótico, pero, con tanto indocumentado y demagogo como anda por ahí, más de uno me hubiese llamado facha, seguro.) Y la clase política hizo gala de "fair play", madurez y patriotismo (lo siento). Sabían unos y otros -me refiero a los políticos y al resto de los ciudadanos- que los culpables no estaban ni en el Congreso ni en el Senado, sino en el seno del fanatismo teocrático islámico.
Aquí no, aquí todo fue distinto. Aquellos días reconozco que pasé vergüenza de ser español, vergüenza ajena por la reacción de la clase política que sufrimos y del pueblo que tenemos (o al menos una parte) que salvo casos aislados, nunca descargó su indignación contra esos mismos fanáticos islamistas. Creo que tres días después había elecciones. Los de las bombas sabían bien lo que hacían, sabían que aquí ni somos americanos ni tenemos sentido nacional. Si hubiera podido, aquel día me hubiese exilado; a Finlandia, por ejemplo, la patria de Sibelius. A pesar del frío.
