Las mulas y machos, que es como llamábamos a los mulos, tenían todos su nombre y te obedecían al nombrarlos. Unas veces se les ponía el nombre de su procedencia, otras se las nombraba por el color de su pelo, por sus cualidades o por invención de su amo. Incluso si cambiaba de amo se le transmitía el nombre al comprador porque el animal ya estaba acostumbrado a esa voz. De hecho estos animales entendían pocos vocablos. Los más corrientes eran soooh y arre. Hacían caso a los gritos pues entendían que el dueño estaba enfadado y porque detrás venía algún zurriagazo.
Un abrazo.
Un abrazo.