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DEZA: El mediano...

El mediano

Deza tuvo muchas eras
donde trillaban las mieses,
para llenar los graneros
a mediados de septiembre.
Estaban por todas partes
por el sur, norte y oriente
unas cerca y otras lejos
y unas pocas al poniente;
siendo las más importantes
las que daban al mediano
que San Blas desde su ermita
protegía con sus manto.
Y que en la fiesta del rollo
los jóvenes y muchachos
jugaban la cochinilla
y el abadejo, gritando…
en aquellos pajuceros
recuerdo ya muy lejano
que tan sólo los abuelos
seguiremos recordando.
Lo mismo que aquellas mulas
que pasaban acarreando
y sembrando los caminos
con espigas de los fajos
que en los lomos de las bestias
con cinco a cada costado
se aguantaban con las sogas
en anganillas de palo
vigiladas por las mozas
que detrás iban andando
soñando con los mocitos,
con su pañolón tan blanco,
que parecían monjitas
exclaustradas en los campos
resistiendo los embates
de aquel sol tan despiadado
que trataba de robarles
el carmesí de sus labios
la blancura de la cara
de sus brazos y sus manos,
tesoros que en esos tiempos
eran tan bien apreciados
(lo contrario de hoy en día)
que están negras como grajos
y toman el sol tumbadas
sin toquillas ni refajos
y algunas mas atrevidas,
como su madre las trajo.
Los tiempos no son los mismos
ni tampoco los trabajos
y las granzas y los tamos
son recuerdos ya olvidados.
La fuente vieja no sirve
ni para echar aquel trago
de las mozas, de las mulas,
de los que esperan, trillando
aquella botija fresca
recién cogida en los caños
que al pasar por San Antonio
la bendecía aquel Santo
que buscaba a las solteras,
el marido, por milagro.
Y las eras del mediano
que fueron tan apreciadas
en estos días que corren
ya no sirven para nada.
Y aunque no pasó la guerra
ni hubo campos de batalla
el olvido hizo mas daño
que los cañones y balas
que derrumban lo que pillan
y polvo vuelven las casas
en este caso, las eras
que están todas olvidadas.
Los pajares derruïdos
con tejados en los suelo
que pillaron a los trillos
debajo de sus maderos
juntamente con las horcas
los rastrillos y los bieldos
las maquinas de ablentar
las botijas y sombreros
que dejaron al marchar
los labradores del pueblo,
unos hombres que morían
amando tanto a sus campos
que abandonaban las hoces
envueltas en sus zamarros
por si volvían los hijos
que se le habían marchado.
Con las mulas en la cuadra
y en el portal el arado
el yugo y los collerones
con los aperos del carro
que cantaba tan alegre
cuando iba bien engrasado.
Al contrario de aquel charro
que no engrasaba las ruedas
porque le gustaba el canto
que producían los ejes
al estar desengrasados
y que por eso la gente
llamaba el abandonao.
Cuando se abandonan pueblos
yo no sé como llamarlo
pero…también habrá un nombre
para poder designarlo.
¿No lo saben los políticos
que en Madrid están mandando
y que parece que quieren
los pueblos abandonados?
No sé como acabará
pero da pena pensarlo
que sólo queden los muertos
que no podrán ni contarlo.
Los demás a las ciudades
a vivir amontonados
siempre con prisas y ruidos
lo que se dice, estresados.
Y en verano si se puede
ya nos vendremos al campo
a casa de los abuelos,
los que nos fuimos llorando.
Mataremos la morriña
unos días en verano
y repondremos las pilas
para esperar al otro año.
Los que traemos detrás
que Dios nos ha regalado
no sienten lo que sentimos
los que empuñamos el arado.
Y llegará pronto el día
que el pueblo les caiga largo
y que no tengan ni pueblo
porque estará abandonado.

Vicente González Aleza