En la
Catedral Vieja.
Sobre los bizantinos pilares se alce ya pronunciada y esbelta la ojiva, y que sus haces de
columnas asentados sobre anchos zócalos circulares hagan muestra en sus románicos
capiteles de un primor no común en
esculturas de aquel género. Sus hojas de acanto compiten con las del más exquisito gusto corintio, y lo perfecto de sus ángeles,
dragones, esfinges y variedad de menudos caprichos contrasta con lo enjuto y tosco de algunas
estatuas de
santos colocadas en el arranque de las
bóvedas sobre repisas de mascarones, que avanzan de los mismos capiteles y que sólo en los brazos del crucero se ven hoy ocupadas por su correspondiente efigie. Una figura resalta en cada clave en la cual se cruzan los anchurosos
arcos, cinco son las que se suceden en la longitud de la
iglesia hasta el crucero, y cinco a cada lado las ojivas de comunicación con las naves menores, cuya oscuridad y proporciones reducidas realzan la luz y el desahogo de la principal. Aquellas carecen de
ventanas; las de ésta conservan el austero medio punto, alrededor del cual gira una moldura cilíndrica continuando en cierto modo el fuste de las columnitas que las flanquean. Encima de la entrada, a la acostumbrada claraboya reemplaza un ajimez.
De los dos brazos del crucero el del evangelio fue cortado en parte al arrimarle la nueva catedral; el otro mantiene íntegras sus dos bóvedas, una de ellas con los arcos diagonales esculpidos en zigzag, sus ventanas idénticas a las de la nave mayor, y en el testero una claraboya orlada con lindas molduras del primer período
gótico. En el conjunto y en cada una de las partes del templo, la gallardía ya que no la ligereza anda hermanada con la robustez que le valió el distintivo de fuerte entre las cuatro más célebres de
España.
Cierran el fondo de las naves tres
ábsides torneados con destino a
capillas; pero la mayor, más profunda que las otras, lleva
bóveda apuntada, y presenta amoldado al hemiciclo de sus muros un curioso
retablo del siglo XV. Es un compuesto de cincuenta y cinco tablas nada menos, alineadas en cinco cuerpos de once cada uno, todas de un tamaño, encuadradas todas por un medio punto con colgadizos y menuda arquería en las enjutas, representando su larga serie la vida y pasión del Redentor con mística expresión y pureza de estilo no indignas del pincel de Durero.