El que suscribe, paisano vuestro en virtud de que le trajeron al mundo desde otra galaxia sin pedirle permiso, precisamente al mismo lugar que a vosotros en las mismas o parecidas condiciones, es decir, sin paracaidas para aterrizar en ese rincón provinciano al que tanto queremos, el cual, por decisión de los capitostes de turno con facultades al efecto, lo bautizaron con la genialidad fonética de Poveda de las Cintas, honor ó singularidad que seguimos manteniendo en la actualidad. Dicho lo cual, añado:
Aún en su tierna edad, es decir, en cuanto tuvo el susodicho capacidad intuitiva para distinguir un burro de una vaca, más o menos a los 4 ó 5 años del aterrizaje antedicho, un día hubo necesidad de que le desplazaran sus padres a la próxima localidad de Peñaranda de Bracamonte para que un dentista le tratara sobre sus débiles dientes de leche. Las necesidades dentríficas, como tantas otras, se solucionaban con un simple desplazamiento. El sólo hecho de tener acceso por primera vez a una población tan distinta, viaje realizado en carro de tracción de sangre, y en virtud de la capacidad de raciocinio que ya tenía el dicente para distinguir, como antes dije, entre un burro y una vaca, unido a la lentitud del medio de transporte que te permitía observar casi todo lo que pasaba ante su vista, pudo llegar a la conclusión tras observar cuanto daban de sí sus ojos, la que más le llamó la atención, y que hoy, tras más de medio siglo recordándola, le ha parecido la más oportuna para referirse, salvando las distancias, al tema que sirve de título al presente: "la crisis que nos asfixia".
En aquel tiempo -no es una homilía- el caserío de mi pueblo en un noventa por ciento ó aún más, era de adobe, sistema de construcción de origen árabe que aún hoy podemos ver en esos países africanos cuya materia prima de conste se aproxima al valor cero. Y como el nuestro, en aquel tiempo, todos los demás pueblos de la comarca. Pero al llegar a Peñaranda el día de marras, observa sorprendido el protagonista del presente, que allí casi era lo contrario: el 10 por ciento de las construcciones era barro y el 90 restante, el mismo barro pero cocido, es decir, ladrillos), lo que, teniendo en cuenta la diferencia de coste, aunque torpemente, me hice la siguiente pregunta: habida cuenta que en mi pueblo las construcciones de adobe duran hasta cientos de años, es decir, son válidas con tales materiales, ó aquí todos son ricos o derrochan el dinero.
Y yo me pregunto hoy: ¿Es que antes de haber llegado a la ruina económica que hoy presentan todas o casi todas las administraciones públicas, siendo perfectamente previsibles las causas que las originan, no se daban cuenta los responsables de la cosa pública que podrían haberse arreglado con adobes del siglo XII en lugar de con ladrillos para evitar el derroche?; ¿es que, mientras los principales dirigentes que autorizaban gasto y más gasto en cosos superflúas como por ejemplo lo han sido los aeropuertos de Castellón, Ciudad Real, León, y varios más, u otros de parecidaa índole, o bien en "engorde" de nóminas laborales a diestro y siniestro para cubrir puestos de trabajo inventados ó innecesarios o por "compromisos políticos" que nada tienen que ver con las necesidades públicas auténticas, pero sí con las inventadas para el mismo fin?. Los "adobes" del siglo XII, es decir, las autenticas necesidads bien programadas hubieran cubierto perfectamente los lujos de los ladrillos innecesarios.
Claro que, disparando con pólvora ajena, aunque ésta se gaste en salvas...
Aún en su tierna edad, es decir, en cuanto tuvo el susodicho capacidad intuitiva para distinguir un burro de una vaca, más o menos a los 4 ó 5 años del aterrizaje antedicho, un día hubo necesidad de que le desplazaran sus padres a la próxima localidad de Peñaranda de Bracamonte para que un dentista le tratara sobre sus débiles dientes de leche. Las necesidades dentríficas, como tantas otras, se solucionaban con un simple desplazamiento. El sólo hecho de tener acceso por primera vez a una población tan distinta, viaje realizado en carro de tracción de sangre, y en virtud de la capacidad de raciocinio que ya tenía el dicente para distinguir, como antes dije, entre un burro y una vaca, unido a la lentitud del medio de transporte que te permitía observar casi todo lo que pasaba ante su vista, pudo llegar a la conclusión tras observar cuanto daban de sí sus ojos, la que más le llamó la atención, y que hoy, tras más de medio siglo recordándola, le ha parecido la más oportuna para referirse, salvando las distancias, al tema que sirve de título al presente: "la crisis que nos asfixia".
En aquel tiempo -no es una homilía- el caserío de mi pueblo en un noventa por ciento ó aún más, era de adobe, sistema de construcción de origen árabe que aún hoy podemos ver en esos países africanos cuya materia prima de conste se aproxima al valor cero. Y como el nuestro, en aquel tiempo, todos los demás pueblos de la comarca. Pero al llegar a Peñaranda el día de marras, observa sorprendido el protagonista del presente, que allí casi era lo contrario: el 10 por ciento de las construcciones era barro y el 90 restante, el mismo barro pero cocido, es decir, ladrillos), lo que, teniendo en cuenta la diferencia de coste, aunque torpemente, me hice la siguiente pregunta: habida cuenta que en mi pueblo las construcciones de adobe duran hasta cientos de años, es decir, son válidas con tales materiales, ó aquí todos son ricos o derrochan el dinero.
Y yo me pregunto hoy: ¿Es que antes de haber llegado a la ruina económica que hoy presentan todas o casi todas las administraciones públicas, siendo perfectamente previsibles las causas que las originan, no se daban cuenta los responsables de la cosa pública que podrían haberse arreglado con adobes del siglo XII en lugar de con ladrillos para evitar el derroche?; ¿es que, mientras los principales dirigentes que autorizaban gasto y más gasto en cosos superflúas como por ejemplo lo han sido los aeropuertos de Castellón, Ciudad Real, León, y varios más, u otros de parecidaa índole, o bien en "engorde" de nóminas laborales a diestro y siniestro para cubrir puestos de trabajo inventados ó innecesarios o por "compromisos políticos" que nada tienen que ver con las necesidades públicas auténticas, pero sí con las inventadas para el mismo fin?. Los "adobes" del siglo XII, es decir, las autenticas necesidads bien programadas hubieran cubierto perfectamente los lujos de los ladrillos innecesarios.
Claro que, disparando con pólvora ajena, aunque ésta se gaste en salvas...