LA TRASCENDENCIA DE TODA UNA ÉPOCA EN LOS JÓVENES QUE LA VIVIMOS.
Mi buen amigo Lupi, quien aún tiene y disfruta de memoria fresca y lúcida para dar y tomar, y ahí está para demostrarlo, nos dice con toda razón que el Molino de la Concha al decir de los jóvenes de ahora, indudablemente es un error toda vez que, el que ahora denominan con tales términos, por cierto una ruina abandonada pero en la que aún se aprecian vestigios de lo que fue, es decir, todo un verdadero molino industrial de cereales bien dotado de maquinaria adecuada como lo era la dotación de un gran motor diesel y una presa de agua, especie de minipantano conteniendo cientos de metros cúbicos de la necesaria para complementar la fuerza motriz de la industria molturadora allí instalada, nos viene a decir, repito, que el añadido "de la Concha" no tiene razón de ser porque, la verdadera y única propietaria que todos conocimos durante toda la vida de su funcionamiento, era la Sra. Amancia, madre de los cinco hijos que igualmente cita Lupi. En efecto, era la Sra. Amancia. Y por más señas, de apellido Perlines.
Cambiando el tercio y al hilo del relato de mi admirado amigo escirto en esta página un par de centímetros más arriba, ha recurrido al interesante dato que nos fija la edad por la "quinta", término militar de gran trascendencia para los que hubimos de pasarla y referencia obligada, irrefutable e inamovible, hito de enorme trascendencia en la vida de todos los jóvenes de la época: LA ENTRADA EN QUINTAS. Esta obligación para todo hijo de vecino nacido varón que hubiera cumplido los veinte años, constituía todo un acontecimiento de singularidad extrema pues, en no pocos casos llegaba hasta transformar la personalidad de los afectados. El contraste entre la vida contidiana en familia y el ingreso como recluta en el ejército como recluta, habida cuenta el entorno familiar interrumpido y asimismo el de amigos y amistades, prácticamente se convertía el acontecimiento de un brutal desarraigo que rompía con todo lo anterior. El único alivio mientras los 18 meses que duraba la misma, lo constituían las cartas de la novia (quien la tuviera), las de la familia, y el jugoso paquete que ésta nos remitiera por correo conteniendo las minucias comestibles de la matanza chacinera que aquélla le había remitido. La dieta cuartelera, en términos generales, era de echarse a llorar.
Si a todo ello se une la rigidez de la disciplina militar llevada a extremos harto rigurosos en algunos casos, y en otros, poco menos que por insignificancias, basada en ambos casos en presunta violación de supuestas obligaciones o deberes de carácter militar, subsanados con castigos ejemplarizantes como, por ejemplo, la tercera imaginaria (servicio de guardia de 3 a 5 de la madrugada en una garita a la intemperie), el corte de pelo al cero en pleno invierno, arrestos de fines de semana, etc, etc. son recuerdos imborrables para el resto de nuestros días. A los jóvenes actuales esto les sonará a chino, pero a nosotros...., a algo, cuando menos, sin la suficiente justificación.
Como ya dije en otra ocasión, el hecho de la entrada en quintas era cuestión de tal rigor, particularmente en los pueblos, que para explicarla me referiré a lo sucedido, como nota de humor, en el relevo cierto del Secretario del Ayuntamiento de un pueblo que se jubilaba, por otro que acababa de estrenar el cargo. En dicho relevo, al observar el que cesaba por jubilación, el nerviosismo del nuevo en la recepción de los distintos documentos que lo integran, en un arrebato de grandilocuencia y veteranía, el primero le espetó al segundo: "EN EL AYUNTAMIENTO, SÓLO HAY QUE TENER EN CUENTA DOS COSAS, LOS CUARTOS Y LOS QUINTOS".
Como verás, amigo Lupi, los temas de nuestra infancia y adolescencia que tú tocas, yo los sigo con apasionamiento. Hay otra parte en tu relato que dejo para otro día para no cansar a los posibles lectores.
Con saludos de mili cumplida, me despido hasta la siguiente imaginaria.
Mi buen amigo Lupi, quien aún tiene y disfruta de memoria fresca y lúcida para dar y tomar, y ahí está para demostrarlo, nos dice con toda razón que el Molino de la Concha al decir de los jóvenes de ahora, indudablemente es un error toda vez que, el que ahora denominan con tales términos, por cierto una ruina abandonada pero en la que aún se aprecian vestigios de lo que fue, es decir, todo un verdadero molino industrial de cereales bien dotado de maquinaria adecuada como lo era la dotación de un gran motor diesel y una presa de agua, especie de minipantano conteniendo cientos de metros cúbicos de la necesaria para complementar la fuerza motriz de la industria molturadora allí instalada, nos viene a decir, repito, que el añadido "de la Concha" no tiene razón de ser porque, la verdadera y única propietaria que todos conocimos durante toda la vida de su funcionamiento, era la Sra. Amancia, madre de los cinco hijos que igualmente cita Lupi. En efecto, era la Sra. Amancia. Y por más señas, de apellido Perlines.
Cambiando el tercio y al hilo del relato de mi admirado amigo escirto en esta página un par de centímetros más arriba, ha recurrido al interesante dato que nos fija la edad por la "quinta", término militar de gran trascendencia para los que hubimos de pasarla y referencia obligada, irrefutable e inamovible, hito de enorme trascendencia en la vida de todos los jóvenes de la época: LA ENTRADA EN QUINTAS. Esta obligación para todo hijo de vecino nacido varón que hubiera cumplido los veinte años, constituía todo un acontecimiento de singularidad extrema pues, en no pocos casos llegaba hasta transformar la personalidad de los afectados. El contraste entre la vida contidiana en familia y el ingreso como recluta en el ejército como recluta, habida cuenta el entorno familiar interrumpido y asimismo el de amigos y amistades, prácticamente se convertía el acontecimiento de un brutal desarraigo que rompía con todo lo anterior. El único alivio mientras los 18 meses que duraba la misma, lo constituían las cartas de la novia (quien la tuviera), las de la familia, y el jugoso paquete que ésta nos remitiera por correo conteniendo las minucias comestibles de la matanza chacinera que aquélla le había remitido. La dieta cuartelera, en términos generales, era de echarse a llorar.
Si a todo ello se une la rigidez de la disciplina militar llevada a extremos harto rigurosos en algunos casos, y en otros, poco menos que por insignificancias, basada en ambos casos en presunta violación de supuestas obligaciones o deberes de carácter militar, subsanados con castigos ejemplarizantes como, por ejemplo, la tercera imaginaria (servicio de guardia de 3 a 5 de la madrugada en una garita a la intemperie), el corte de pelo al cero en pleno invierno, arrestos de fines de semana, etc, etc. son recuerdos imborrables para el resto de nuestros días. A los jóvenes actuales esto les sonará a chino, pero a nosotros...., a algo, cuando menos, sin la suficiente justificación.
Como ya dije en otra ocasión, el hecho de la entrada en quintas era cuestión de tal rigor, particularmente en los pueblos, que para explicarla me referiré a lo sucedido, como nota de humor, en el relevo cierto del Secretario del Ayuntamiento de un pueblo que se jubilaba, por otro que acababa de estrenar el cargo. En dicho relevo, al observar el que cesaba por jubilación, el nerviosismo del nuevo en la recepción de los distintos documentos que lo integran, en un arrebato de grandilocuencia y veteranía, el primero le espetó al segundo: "EN EL AYUNTAMIENTO, SÓLO HAY QUE TENER EN CUENTA DOS COSAS, LOS CUARTOS Y LOS QUINTOS".
Como verás, amigo Lupi, los temas de nuestra infancia y adolescencia que tú tocas, yo los sigo con apasionamiento. Hay otra parte en tu relato que dejo para otro día para no cansar a los posibles lectores.
Con saludos de mili cumplida, me despido hasta la siguiente imaginaria.