Por lo general, las ventas que hacía la Corona no eran bien vistas ni toleradas por una importante parte de la sociedad; son continuas las protestas de los procuradores de las ciudades con voto en Cortes que repetían una y otra vez al Rey la conveniencia de no enajenar su patrimonio jurisdiccional. En ocasiones, la Corona solicitaba del Reino el permiso para enajenar vasallos; como sucedió en la primavera de 1630: mediante una cédula real de 30 de mayo en la que autorizaba al Contador Mayor de Hacienda, ... (ver texto completo)