LAGUNILLA: TORTUOSAS CALLES...

TORTUOSAS CALLES

Puertas de roble, doble hoja; portillos de día abiertos, de noche, con cancela ¡Atranca la puerta! Decían. Quedaba el patio sellado, tras la puerta, un listón de madera u trozo de rama gruesa, un mal palo elegido que descansaba en sendas oquedades; enyugado el paso nocturno queda firme el descanso. La llave nunca se echaba, de no ser muy larga la ausencia; a quien venía en deshora, permitía el vacío, llegar donde ésta quisiera. Pues no hallaría gran motín, ni si quiera en la despensa. La casa sin guarda, sin perro que la defienda; para los pocos avíos de una humilde hacienda. Si es por hambre que robe, que el hurto no ofenda, total… Unos pocos chorizos, morcillas, tocino y, si quedan, colgando sobre el llar la matanza, cuatro varas que se ahúman ennegreciendo blancas cuerdas. Mirando arriba, si sube; quizás llene la saca de pimientos secos, calabazas, simientes para siembra; trastos y cachivaches que hacen falta u sobran. Mas suerte hubiese tenido si bajara del desván y hurgara la bodega. Algunas tinajas de aceite, patatas; sachos y horcas. Apeos a fin del trabajo que los hogareños regentan. Una casa de adobe, en verano fresca; los inviernos, si no hay un buen fuego, una buena pila de leña; no se saca nunca el frío, por muchos calderos que la pira hierva. Dura se torna la existencia.
Eran pueblos de montaña, de pellizas y botas de cuero; jerséis de gruesa lana, de bufanda y sombrero. Pañuelos en la cabeza al socaire en primavera, verano e invierno; el otoño es atareado y, apenas, queda tiempo. Andar por empedradas calles, siempre bajando y subiendo. Recolectando la temporada y previniendo el invierno. Serranos y serranas curtidos, luchando y sobreviviendo.