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LAGUNILLA: Desconozco los motivos. No se si será cosa de la edad...

Desconozco los motivos. No se si será cosa de la edad o del deseo de compartir con los demás mis recuerdos; acaso sea el aburrimiento que me conduce a la nostalgia y me lleva a este entretenimiento de tratar de juntar letras, como quien se entretiene paseando o jugando a los naipes. Sea como fuere, el pasado revolotea continuamente por mi cabeza y me fuerza al desahogo en esta formar inocente de expresión.
El caso, es que esta época de primavera, evoca en mi pensamientos que ineludiblemente me llevan a cuando, siendo todavía niño, acudía a la escuela y al comportamiento que debíamos seguir la gente de la infancia en consideración y trato con maestros y curas.
La sociedad que viví tenía unos usos y costumbres que ahora, además de anacrónicos, pueden ser causa de sonrisa en las generaciones más jóvenes.
Durante este mes de mayo, denominado de las flores, cuando íbamos a la escuela, existía la costumbre de rezar todas las tardes, antes de terminada la jornada escolar, el Santo Rosario. En los pasillos de la planta inferiores, nos alineaban, por cursos a los chicos –entonces, los niños y niñas, utilizábamos aulas distintas, los sexos estaban separados-, siendo los alumnos mayores los encargados, en voz alta para ser escuchados por todos, de turnarse en el rezo de los Padres Nuestros, Aves Marías y Glorias, de desgranar los Misterios Gozosos y Dolorosos, etc., además de cantar, aquella canción dirigida a la Virgen que se llamaba “Con Flores a María” u otra oración en honor a la Virgen de Fátima, si conmemorábamos su aparición en Cova de Iría el 13 de mayo. Seguramente, que quienes tenéis cierta edad todavía recordaréis.
Eran tiempos donde el integrismo religioso en nuestro país obligaba a exteriorizar ciertos ritos, dónde la religión era parte fundamental de la formación que recibíamos en las escuelas y se le dedicaba tanto tiempo como a aprender gramática o aritmética. Este de rezar el Rosario era uno de ellos. Además, las connotaciones derivadas del nacionalcatolicismo del régimen, obligaba a que todo el mundo, los domingos y fiestas de guardar acudiera a misa, en el caso de los niños, el control de su asistencia lo ejercían los maestros y, si por alguna circunstancia no podías asistir, había que justificarlo.
Si en la escuela, niñas y niños estábamos en aulas diferentes, en la iglesia, esa separación también se daba: niños a la izquierda de la nave, niñas a la derecha, siempre en las primeras filas, encuadrados y vigilados por los docentes. Este patrón, en cuanto a la situación posicional en la Iglesia, también se seguía con los adultos. Seguramente, esta costumbre no tenía su origen en el resultado de la contienda civil, se remontaría en el tiempo al nacimiento de la iglesia y a la costumbre judía de separar ambos sexos, pero con la victoria del 39, de alguna forma, se vio reforzada.
También, en el caso de los niños, cuando jugando o paseando nos cruzábamos con el sacerdote, nuestra obligación era besarle la mano con una ligera inclinación de cabeza. Al los ministros del Señor, el poder político, les había otorgado tal poder que, en los pueblos, eran una autoridad que ejercía uno poder real y visible, no solamente eran los gestos externos como el expresado, sino que para cuestiones de la vida civil, la carta del sacerdote en la que se expresaba la buena conducta de alguien era un salvoconducto y, en algunos casos, una recomendación que abría muchas puertas.