Con una cuartilla de papel en blanco y la pluma cargada de tinta negra ofrecida por el Padre Balbino del Carmelo (Germán García Ferreras), Santiago Viñuelas Mañero le pidió a su mentor espiritual que escribiera por él unas líneas pocos minutos antes de llevarse a cabo la ejecución el 19 de noviembre de 1959.
«Quiero escribir que mi arrepentimiento no es sólo de palabra, sino de corazón», rezaba el escrito firmado antes de que ambos se fundieran en un abrazo, «un abrazo muy íntimo que jamás podré olvidar. Sus barbas me picaron, pero su beso fue de arrepentimiento cristiano», recordaba para Diario Palentino Germán García Ferreras.
Eran las seis y media de la madrugada del 19 de noviembre de 1959 y el presidente de la Audiencia volvió a hablar por teléfono, pero de Madrid no llegó el indulto solicitado en última instancia.
«Tampoco él lo esperaba y, por eso, en toda la noche jamás preguntó si llegaría», apostilla García Ferreras.
Según aparece en la diligencia de ejecución incluida en el expediente del sumario 61/1958 -rollo de sala 311/1958- y que actualmente se encuentra depositado en el Archivo Histórico Provincial, siendo la hora próxima a la ejecución, el director de la Prisión Provincial de Palencia pidió órdenes al tribunal sentenciador, cuyo presidente ordenó el cumplimiento de la sentencia de muerte.
El reo fue trasladado inmediatamente a un local del centro penitenciario donde estaba instalado el cadalso y en el que le esperaban los dos verdugos designados al efecto.
Eran las seis y media de la madrugada y la sentencia se cumplió. La ejecución fue presenciada por Lucio Hernández Díez en representación de la autoridad civil; Luis Arribas Fernández en representación de la autoridad municipal; el director de la prisión, Manuel Fernández Torres; y el jefe de los servicios de la Prisión Provincial, Jesús Vega Zarzosa.
También estaban presentes los auxiliares del Cuerpo de Prisiones, Vidal León Martínez y Tomás Escribano Castillejo; el médico forense, Dalmacio Martínez Valdivielso; el médico de la prisión, Teófilo Abad Fernández; los vecinos de la ciudad Ángel Ortega Alonso y José Alonso Frías, que habían sido designados por el alcalde; y, por último, el confesor, el Padre Manuel Portillo.
El cadáver de Santiago Viñuelas Mañero, tras los trámites pertinentes, fue finalmente inhumado en el Cementerio Municipal de Palencia, según consta en el correspondiente expediente.
«LE DIO LA MANO A UNO ANTES DE MORIR PORQUE LE CONOCÍA»
Fue una escena surrealista. Santiago Viñuelas Mañero, antes de morir, tuvo la gentileza de dar la mano a uno de sus verdugos, Antonio López Sierra, al que conocía por su condición de paisanaje.
López Sierra, que a lo largo de su historia ajustició a 17 reos (Juan Diego Quesada, El País, 27 de noviembre de 2011) se hizo famoso por haber ejecutado al conocido delincuente El Jarabo y también a Salvador Puig Antich. Este anarquista español, activo durante la década de los 60 y comienzos de los 70, murió ejecutado por el régimen franquista tras ser juzgado y condenado a muerte por un tribunal militar, acusado del asesinato en Barcelona del subinspector de la Brigada Político Social, Francisco Anguas Barragán, durante un tiroteo que concluyó con su detención.
Antich fue el último ejecutado en España a garrote vil.
El mecanismo del garrote vil, en su forma más evolucionada, consistía en un collar de hierro atravesado por un tornillo acabado en una bola que, al girarlo, causaba a la víctima la rotura del cuello.
La muerte del reo se producía por la dislocación de la apófisis odontoides de la vértebra axis sobre el atlas en la columna cervical.
Pero volviendo a la ejecución en la prisión palentina, Antonio López Sierra fue el ayudante de su amigo y colega Vicente López Copete, ejecutor de la Audiencia de Barcelona que acumuló 14 sentencias cumplidas entre febrero de 1952 y mayo de 1966 (Juan Eslava, Verdugos y Torturadores), y fue el que realmente ejerció de verdugo de Santiago Viñuelas Mañero, según relata Eslava. «Tomaron varias copas de coñac antes de cumplir con el trámite», subraya Germán García Ferreras. (copia íntegra)
«Quiero escribir que mi arrepentimiento no es sólo de palabra, sino de corazón», rezaba el escrito firmado antes de que ambos se fundieran en un abrazo, «un abrazo muy íntimo que jamás podré olvidar. Sus barbas me picaron, pero su beso fue de arrepentimiento cristiano», recordaba para Diario Palentino Germán García Ferreras.
Eran las seis y media de la madrugada del 19 de noviembre de 1959 y el presidente de la Audiencia volvió a hablar por teléfono, pero de Madrid no llegó el indulto solicitado en última instancia.
«Tampoco él lo esperaba y, por eso, en toda la noche jamás preguntó si llegaría», apostilla García Ferreras.
Según aparece en la diligencia de ejecución incluida en el expediente del sumario 61/1958 -rollo de sala 311/1958- y que actualmente se encuentra depositado en el Archivo Histórico Provincial, siendo la hora próxima a la ejecución, el director de la Prisión Provincial de Palencia pidió órdenes al tribunal sentenciador, cuyo presidente ordenó el cumplimiento de la sentencia de muerte.
El reo fue trasladado inmediatamente a un local del centro penitenciario donde estaba instalado el cadalso y en el que le esperaban los dos verdugos designados al efecto.
Eran las seis y media de la madrugada y la sentencia se cumplió. La ejecución fue presenciada por Lucio Hernández Díez en representación de la autoridad civil; Luis Arribas Fernández en representación de la autoridad municipal; el director de la prisión, Manuel Fernández Torres; y el jefe de los servicios de la Prisión Provincial, Jesús Vega Zarzosa.
También estaban presentes los auxiliares del Cuerpo de Prisiones, Vidal León Martínez y Tomás Escribano Castillejo; el médico forense, Dalmacio Martínez Valdivielso; el médico de la prisión, Teófilo Abad Fernández; los vecinos de la ciudad Ángel Ortega Alonso y José Alonso Frías, que habían sido designados por el alcalde; y, por último, el confesor, el Padre Manuel Portillo.
El cadáver de Santiago Viñuelas Mañero, tras los trámites pertinentes, fue finalmente inhumado en el Cementerio Municipal de Palencia, según consta en el correspondiente expediente.
«LE DIO LA MANO A UNO ANTES DE MORIR PORQUE LE CONOCÍA»
Fue una escena surrealista. Santiago Viñuelas Mañero, antes de morir, tuvo la gentileza de dar la mano a uno de sus verdugos, Antonio López Sierra, al que conocía por su condición de paisanaje.
López Sierra, que a lo largo de su historia ajustició a 17 reos (Juan Diego Quesada, El País, 27 de noviembre de 2011) se hizo famoso por haber ejecutado al conocido delincuente El Jarabo y también a Salvador Puig Antich. Este anarquista español, activo durante la década de los 60 y comienzos de los 70, murió ejecutado por el régimen franquista tras ser juzgado y condenado a muerte por un tribunal militar, acusado del asesinato en Barcelona del subinspector de la Brigada Político Social, Francisco Anguas Barragán, durante un tiroteo que concluyó con su detención.
Antich fue el último ejecutado en España a garrote vil.
El mecanismo del garrote vil, en su forma más evolucionada, consistía en un collar de hierro atravesado por un tornillo acabado en una bola que, al girarlo, causaba a la víctima la rotura del cuello.
La muerte del reo se producía por la dislocación de la apófisis odontoides de la vértebra axis sobre el atlas en la columna cervical.
Pero volviendo a la ejecución en la prisión palentina, Antonio López Sierra fue el ayudante de su amigo y colega Vicente López Copete, ejecutor de la Audiencia de Barcelona que acumuló 14 sentencias cumplidas entre febrero de 1952 y mayo de 1966 (Juan Eslava, Verdugos y Torturadores), y fue el que realmente ejerció de verdugo de Santiago Viñuelas Mañero, según relata Eslava. «Tomaron varias copas de coñac antes de cumplir con el trámite», subraya Germán García Ferreras. (copia íntegra)