MENESES DE CAMPOS: Un pueblo, como afirmaba Ortga y Gasset, es un repertorio...

Un pueblo, como afirmaba Ortga y Gasset, es un repertorio de costumbres, muchas de las cuales ya han desaparecido, pero que antaño, en un antaño no tan lejano y que para algunos fue presente, constituían escenas del vivir cotidiano.

Aprovechando es foto colocada por Tellotellez, un carro cargado de bálago en la era de Miguel Camina, vamos a recordar algunas de aquellas faenas de los veranos de antaño, cuando en el pueblo no había veraneantes o turistas y todos, de los pequeños a los grandes, de los hombres a las mujeres, se implicaba en las múltiples faenas de verano.

Llegado San Juan en Tierra de Campos se comenzaba a preparar todo para la siega, la recolección de la mies. Los aperos del ganado, las hoces, se compra ganado en algunas de las ferias o marcados de la zona que se celebraban desde finales de mayo, como la feria de Pentecostés en Palencia.

También por estas fechas comenzaban a llegar a Benavente y Villalón las cuadrillas de segadores procedentes de Galicia o de las comarcas altas de León, donde acudían los terratenientes de Tierra de Campos a contratar segadores. Los segadores solían ser contratados por cuadrillas, grupos de individuos de ambos sexos y con frecuencia, con vínculos familiares, formados por 10 individuos, ocho segadores, que segaban el trigo, la cebada y la avena con hoz u hocino, y dos encargados de recoger las gavilla. El contrato, como era en aquel entonces era verbal, todos confiaban en la palabra dada, y se hacía a tantos reales por fanega de tierra segada, y a pan o a “pan comer”. Ser contratado a pan suponía un pan por día y cabeza, los segadores solían llevarse después de la temporada de siega el pan que no habían consumido. Contratado “a pan comer” era a comer todo el pan que quisieran.

Los segadores solían pasar todo el tiempo en el campo, segando las mieses, cortando las espigas “manada a manada”, allí comían la olla que les llevaban de casa del amo y solían dormir en las morenas de las mieses.

Con el tiempo, a partir del tercer tercio del siglo XIX comienza a generalizarse la máquina agavilladora que era arrastrada por una pareja de mulas. Cuadrillas de apañiles o agavilladores, formadas por 4 individuos, se encargaba de recoger y amontonar las gavillas formando las morenas. Con un rastrillo se solían recoger las espigas que quedaban. Con las segadoras las viejas cuadrillas de segadores son sustituidas por cuatro servidores de la segadora y se dulcifica un poco el trabajo de la siega.

El acarreo, vieja faena de campo de antaño, pues hace más de 40 años, desde finales de la década de 1960, que no se ve por Meneses y que consistía en transportar las mieses, segadas y agrupada en morenas, desde las tierras a la era para la trilla. Era una labor que se hacia por la noche, por medio de carros tirados por mulas, los carros daban la impresión de ser jaulas debido a los armajes y las mallas construidas con cuerdas o garetas de esparto. Durante la noche solía hacerse tres acarreos, tres trasporte por carro, correspondiendo a una de a madrugada, entre las tres y las cuatro y a la ocho de la mañana.

El trabajo del acarreo estaba dividido entre el carrero y el ponedor. El carrero es el encargado o responsable de la faena y el que indica como ha de hacerse la carga de la mies. Se colocaban las “latillas” en los ganchos laterales de los “picos”, con lo cual las mallas forman dos bolsas que salvan las ruedas del carro. Con la purridera, una horca de mango lago pincha la mies de la morena entregando el “brazado” al ponedor que lo coloca en el carro. Solía cargarse hasta seis morenas, dependiendo del volumen de las mismas. El carro, cargado con el bálago por encima del armaje, conducido por el carrero puesto de pie o sentado sobre la viga del armaje que dirigía a las mulas con los ramales, vigilando el camino para sortear los baches o evitar el “entornazo”. Mientras tanto en la tierra quedaba el ponedor que debía arrastrar las lo que quedaba de las morenas que se habían cargado y hasta que volvía el carro de dejar la mies, echaba una cabeza.

Ya en la era el bálago que se había acarreado en la noche, se extiende con una horca de madera de dos pinchos, “guijos”, formando la trilla.

A continuación venía el almuerzo. Los mozos, como se conocían a los obreros por Tierra de Campos, hacerlo en casa del amo, y en esto como en todos los había más tacaños y más generosos. Por lo general el almuerzo consistía en sopas de ajo, huevos, torreznos o chorizo, todos productos de la tierra, acompañados de abundante pan, estamos en tierra de buen pan, y regado con vino, por lo general de cosecha propia, era costumbre de un cuartillo de vino por mozo.

Acabado el almuerzo se volvía a la era, donde se enganchaba las mulas a los tríllos, una plataforma de madera de pino que en su cara inferior llevaban incrustadas una serie de filas de pedernal que eran las que desgranaban la espiga y cortaban la paja. Los más famosos trillos eran los de Cantalejos, Segovia, desde donde venían los triloleros a vender los trillos o reoparar los que estaban defectuosos.

La trilla, que consistía en dar vueltas circulares durante horas y horas al bálago esparcidos en círculo sobre el suelo de la era, tenía cinco fases u “holladuras”, en que se alternaban ponedor y carrero, y en las que no era infrecuente ver en los trillos a cualquier niño, chiquito, conduciendo al ganado. Cada holladura duraba dos horas, más o menos, al final de la misma se solía remover, dar vuelta, a la mies. Por Tierra de Campos se solía denominar a las holladuras “dar vuelta de dos, de cuatro, de rastro, e pala…”, debido al empleo de horcar de madera de dos, de cuatro dientes, el rastro, y la pala de madera con la que se “traspalea” el trigo o la cebada. Con el tiempo el traspaleo se sustituyo con la introducción de las tornaderas se sustituyó algunas de esta faenas. Al final de la trilla, al caer de la tarde, se aparvaba en grandes montones y se barría el solar de la trilla, tarea esta de barrer en la que se empleaban con