BUENO ANÓNIMO. Mi interés esta en lo que expones, no en tu identificación personal. Si bien es cierto que identificarse con un seudónimo ayuda a saber que determinados mensajes vienen de determinada parte. Si todos nos mostráramos anónimos dificultaría saber de quien son los mensajes que se envían.
Me alegra que alguien de esos pagos, manifieste algo que nadie debería negar, y mucho menos considerar ofensivo, como son las cosas de la iglesia hasta entrados los setenta. Herrera era una capital en comparación con los pueblos minúsculos de su alrededor, y aunque hubo dos párrocos el tener controlados a los parroquianos era mas difícil que en un pueblo de cuarenta vecinos con un solo párroco al que imagino permanentemente aburrido. En Herrera, como toda la tierra de garbanzos, el poder local era. Cura, Alcalde g civil. y el maestro si era de fiar. Por supuesto que los peques teníamos que ir a misa los Domingos y fiestas, y los no peques en los pueblos pequeños donde todos estábamos contados, a los reincidentes el cura los llamaba la atención. El poder de la iglesia residía en que por las manos del párroco pasaban casi todos los documentos de carácter civil que un individuo precisaba, y eso de no ir a misa podía perjudicar seriamente si en susodicho párroco era de los de ardor guerrero.
Y el famoso párroco de Herrera cuyo nombre no recuerdo de los cincuenta y ocho lo era.
Me alegra que alguien de esos pagos, manifieste algo que nadie debería negar, y mucho menos considerar ofensivo, como son las cosas de la iglesia hasta entrados los setenta. Herrera era una capital en comparación con los pueblos minúsculos de su alrededor, y aunque hubo dos párrocos el tener controlados a los parroquianos era mas difícil que en un pueblo de cuarenta vecinos con un solo párroco al que imagino permanentemente aburrido. En Herrera, como toda la tierra de garbanzos, el poder local era. Cura, Alcalde g civil. y el maestro si era de fiar. Por supuesto que los peques teníamos que ir a misa los Domingos y fiestas, y los no peques en los pueblos pequeños donde todos estábamos contados, a los reincidentes el cura los llamaba la atención. El poder de la iglesia residía en que por las manos del párroco pasaban casi todos los documentos de carácter civil que un individuo precisaba, y eso de no ir a misa podía perjudicar seriamente si en susodicho párroco era de los de ardor guerrero.
Y el famoso párroco de Herrera cuyo nombre no recuerdo de los cincuenta y ocho lo era.