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HERRERA DE PISUERGA: Angel, a mi también me ha gustado mucho tu relato sobre...

Cuando todos eramos chiguitos y vestiamos pantalón corto, cuando se jugaba en la calle a todos los juegos conocidos y las niñas saltaban a la comba, en plena
calle, porque no había coches; pululaban por las calles de Herrera, los "pobres".
Hablo de los años cincuenta. Algunos eran ya, viejos conocidos, pues repetían
las visitas cada cierto tiempo. Les había de buena conformidad y aceptaban lo
que se les diera. Iban de puerta en puerta y cuando terminaban la ronda, en el
"tren de San Fernando" caminaban a otro pueblo. De toda esta pobre gente, dos de
éllos, me llamaban poderosamente la atención. Uno de estos pobres, conocido como
"el andarín", se ponía tremendamente cabreado, cuando en vez de darle alguna de
las perrras gordas (diez céntimos) le entregabas un trozo de pan. Después de un
tiempo, nos enteramos de que en su pueblo, era propietario de tres casas. ¡Menudo
pájaro!
Pero el auténtico personaje, dentro de este triste gremio, era un hombre que
cargaba con una enorme diversidad de bártulos y además, varias latas grandes,
que nunca supimos para qué las usaba. A este pobre tan peculiar, se le conocía
como "el pobre de las latas".
Era extranjero, demostraba cierto refinamiento y era muy culto. Siempre apare-
cía por la librería, en el buen tiempo. A mi padre le llamaba abuelo y compraba
el ABC, depositando sobre el mostrador, todas las perras chicas y gordas, hasta
juntar el precio del periódico. Mientras hacía su jira recopilatoria, dejaba sus
enseres en la librería. Un buen dia de invierno, apareció en la tienda y parecía
desorientado, pues durante los fríos, encaminaba sus pasos hacia Andalucía. No le
volvimos a ver. Se supone que murió de frío.

Angel, a mi también me ha gustado mucho tu relato sobre los pobres que se acercaban a Herrera a pedir por las casas. Actualmente ya no suelen ir a pedir por las casas, aunque este verano pasado estando de vacaciones en Herrera llamó a mi casa una señora pidiendo una limosna, yo le dí una moneda, y a la de unos días regresó y le comenté que yo estaba pasando unos días y que ya me iba a marchar, que ya no estaría nadie en esa casa. Yo pensaba que ya no pasaban a pedir por las puertas, pero pude comprobar que aún se sigue haciendo, aunque no con la asiduidad que se hacía antes.