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MANZANEDA DE OMAÑA: Desde antes de Riello hasta Murias de Paredes, toda...

Desde antes de Riello hasta Murias de Paredes, toda la margen derecha del río Omaña es una sucesión continua de montes cubiertos de roble que según la altura del sol en el cielo presentan un color verde oscuro que se torna en un verde más claro a partir de mediodía. Cuando el sol desaparece al final de la tarde por encima del campanario de Vegarienza, parece como si la luz rebotara hacía el Cueto Rosales en la alfombra vegetal de robles que no dejan un resquicio para ver el suelo ni las peñas y ocultan los arroyos. En los buenos tiempos los robles se cortaban para leña por cuadrículas, que inmediatamente volvían a brotar para convertirse al cabo de unos años en trampas (plantas de cuatro o cinco metros) en su obcecación por ocultar el suelo con la eficaz ayuda de las matas de urz de verde intenso.

Al otro lado del valle domina el color grisáceo de las peñas musgosas que se entremezcla con el verde tenue de yerbajos, escobas y piornos. En los aludidos buenos tiempos, manchones dorados aquí y allá de tierras sembradas de centeno o el pardo de la tierra entre cosecha y cosecha, alternando con zonas de roble bajo que separan unas tierras de otras. Hacía Mayo las escobas y piornos piden protagonismo con el amarillo intenso de sus flores. Esta ladera del valle se denominaba solano porque recibe los primeros rayos del sol y allí se asentaban las casas de casi todos los pueblos del valle del río Omaña y la carretera, que antes había sido camino, en ningún punto del curso del río lo atraviesa para pasar a la orilla boscosa, el avesedo.

Bordeados por linderos de avellanos, paleros y fresnos en el valle domina el verde del “verde” de prados que sirven de transición entre las laderas y las márgenes del río donde se producía una explosión vegetal de chopos, alisos, salgueros y paleros que en primavera y verano forman un ecosistema donde abundan los insectos voladores que se precipitaban al río para la puesta y que se zampan las avisadas truchas. En aquella profusión de verdes y especies vegetales, vivíamos en bastante armonía los animales y las gentes de Omaña.

Probablemente a un visitante ocasional le embargase de emoción aquel paisaje bucólico, pero nunca oí a un lugareño mostrar semejante sentimiento al contemplar el paraje omañés. Para ellos el paisaje no era más que el escenario donde se dejaban la piel a diario para salir adelante y para los veraneantes habituales, que como las golondrinas aparecíamos todos los veranos por allí, solo era un sitio con río para bañarse, árboles para trepar o sestear a su sombra y donde no se pasaba hambre.

Quién no haya vivido en un pueblo es posible que distinga un pino de un chopo, pero seguro que casi todos los demás árboles le parecerán iguales. Todos tienen tronco, ramas y hojas pero en Vegarienza era necesario conocerlos por su nombre, aunque solo fuera para que nos entendiéramos con los lugareños. Saber para que se utilizaba su madera, cuando había que cortarlos, las hojas de que especie gustaban a cada bicho para, si estábamos de pastores, tener cuidado cuando pasaban cerca las vacas o las cabras. Y muchas cosas más.