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LA MAGDALENA: Besos, compi.... ¡qué bonito!.

"La pastorina -que se llamaba Dorina- era rubia y sonrosada, se había quedado huérfana de muy niña. Nada tenía, no se valía. Las madres de la aldea se opusieron a que fuese llevada a un orfanato, ellas la cuidarían. Y por turno de familias fue Dorina bien criada, bien alimentada y vestida. Cuando alcanzó los doce o trece años, por turno también, fue encargada de cuidar y pastorear el pequeño rebaño de corderos añales. En los largos días de invierno y siempre que había lugar, la niña, con las demás del pueblo, aprendía a coser, a faenar en la casa y en los huertos, así como a conocer las primeras letras que les enseñaba el cura… La niña Dorina fue para las gentes del pueblo como una rosa exquisita que todos cuidaban con cariño.
Hasta el bosque, lleno de acentos canoros y brisas suaves, parecía conmoverse de tierno placer al acoger en sus claros, cada día, desde el alba al crepúsculo, a la dulce pastorcita… Siempre a la falda de la niña, enorme y zalamero, el mastín leonado. La tarde caía y se prendaba de luces glaucas y una claror débil de evasnecida diafanidad iba preludiando el crepúsculo en torno a Dorina, la pastora. Bajo el sopor de la tarde, su cabecina buscaba con sueño y ensueño el dulce regalo del corpiño sobre el pecho virgen. Dormía profundamente Dorina; dormitaba, tendido a sus pies, el mastín y la manada de corderillos se iba arremolinando en torno a la niña, sentada sobre el césped. Iba llegando la hora del regreso. Si de ovejas se hubiera tratado, ellas sabia muy bien cuando el instinto las pondría en movimiento camino de su corte en la aldea, aunque el pastor se demorase, pero los corderillos aún no poseían ese instinto y por eso buscaban el intimo encuentro con sus guardianes, que eran la pastorina y el perro.
Así transcurrieron unos momentos más y así fue como las primeras sombras, aún transparentes, de la noche, comenzaron a envolverlo todo… Y de pronto, un estremecimiento, un sobresalto. Se crispó el mastín, se puso en pie y se acercó más aún a Dorina, temblaron los corderos y balaron tan suavemente que no fue el suyo sino un suspirar pavorecido… y despertó la niña… También el bosque pareció conmoverse estremecido…De su seno fueron saliendo y avanzando hacia el grupo pastoril hasta una docena de lobos. Era, sin duda, la manada tenazmente perseguida por los vecinos de Barrio y otros pueblos, pero nunca exterminada. Los ojos espantados de Dorina pudieron ver la terrible aparición y suspiró profundamente, con ayes entre agudo y apagados, indescifrables, y el eco del bosque replicó honda y sordamente; fue el suyo otro suspiro grave, grande y prolongado, que la niña, cuando supo explicar lo sucedido, diría que fue un “suspirón” del monte… Tras los gritos de la pastora y los ecos del boque, los lobos se detuvieron, mudos, expectantes, atentos. El mastín no se lanzó contra ellos, latía sordamente, seguía encrispado y comenzó a dar fuertes coletazos con su rabo en el cuerpecillo de la pastorina que pudo al fin, tenerse en pie e iniciar la marcha hacia el pueblo con su rebaño.
Entonces se oyeron las campanas del lugar, no era el suyo un tañer de oración ni de concejo, era un tocar a rebato. La gente se había congregado, muda, conmovida por una extraña angustia, junto al atrio de la iglesia parroquial. Era muy de noche y Dorina no había regresado a la aldea con sus corderos… La vecindad entera salió en su busca, pertrechada de antorchas de paja y de armas blancas, gritando un nombre: “ ¡Dorina!”… No contestaba la niña, no ladraba el mastín, no balaban los corderos. Nada se oia que anunciase algo esperanzado. La noche parecía espesarse más por las faldas del monte, avara de su silencio. La vecindad avanzaba por el camino del monte, alumbrándose con sus antorchas de paja engrasada… Un espectáculo indescriptible, insólito, se abrió de pronto ante su vista; la gente no podía creer lo que estaba viendo: hacia el pueblo, salvando un recodo del camino avanzaba el pequeño rebaño de corderos, seguido muy de cerca por Dorina y tras ella, materialmente pegado a ella, el perro mastín, trémulo, palpitante, latiendo con crispados ronquidos apagados. Y no lejos, apenas unos metros más allá, la manada de lobos, formando una escolta que parecía no tener nada de agresiva… Cuando las gentes se acercaron más y envolvieron como un manto de caricias a Dorina, el mastín comenzó a ladrar ferozmente, lanzándose contra los lobos, pero estos y habían desaparecido, raudos y cautelosos, hacia los senos del bosque.
Pronto en la aldea todo fue algazara, habían llegado ante el tremendo campaneo de la espadaña de Barrio muchas gentes de los pueblos inmediatos. Los regidores ordenaron fiesta general y que se abrieran puertas y pellejos de la taberna concejil. Las campanas seguían repicando, pero no ya a rebato, sino a gloria, como si acabara de subir del cielo un ángel de luz rasgando la noche.
Dorina, entre el amor de las madres y las caricias de las niñas se sentía feliz, porque -decía-los lobos la habían mirado con cariño y el monte había suspirado."

Relato del monte Suspirón recopilado por Don Florentino Agustín Diéz en su libro "La Omaña, donde los montes suspiran", acompañado de la foto de una omañesa y su mastín "El Yanki". Un abrazo a la modelo (y una caricia al Yanki que no le tengo miedo)

Besos, compi.... ¡qué bonito!.