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EL CASTILLO: La collada de Pandorado se interpone entre Riello y...

La collada de Pandorado se interpone entre Riello y Guisatecha, marcando la frontera entre la Omaña que históricamente pivotó en torno a Riello y la que tuvo por centro a la demediada villa de Murias de Paredes, tan venida a menos.
Ahora Pandorado es un activo núcleo turístico agrupado en torno al santuario que convoca las romerías más vistosas de toda la comarca.
El descenso hacia Guisatecha, que es poblado mínimo, culebrea por la cuesta del Pajarón hasta bajar al valle del Omaña. El pueblo siguiente es El Castillo, presidido por la fortaleza asentada en la confluencia del Salce con el Omaña.
Este castillo ha tenido tantos nombres como infeliz destino. Fue el baluarte del dominio señorial de los condes de Luna sobre la comarca, que no se sacudió algunos tributos hasta la llegada de la Segunda República. La fortaleza se llamó de Benar o Beñal o Viñal o Beñar. Un galimatías difícil de escudriñar. Los Quiñones de Luna, que eran farfantones como nadie, bautizaron este castillo hecho de lajas y chinarros como Atenar, para semejarse nada menos que a Atenas, porque les complacía sentirse señores de la misma acrópolis.
ANTIGUO CASTRO.

Situado sobre un antiguo castro, domina el valle y también el paso del camino Real a Cangas de Narcea. El padre César Morán, agustino del vecino Rosales, atisbó en sus sabrosas Excursiones Arqueológicas el asentamiento a los pies del castro de una población romana destinada a controlar las explotaciones de oro del Omaña. Con el paso de los siglos el castillo medieval se convirtió en presidio, acrecentando las iras del contorno, de manera que en cuanto hubo ocasión fue parcialmente demolido para pavimentar la carretera parlamentaria conseguida por don Eduardo Dato, que controló el distrito durante la Restauración.
El Castillo tiene un coto truchero del que escribe maravillas Miguel Delibes. Y a los mismos pies de la fortaleza ofrece una zona de baños muy concurrida cuando es temporada. También es encrucijada para caminar hacia Rosales, cuyo cueto supone el mejor mirador de la comarca, o subir en dirección a Cornombre, que es la ruta que se propone. Precisamente por Cornombre y Salce discurría el camino real de Cangas, aprovechado también por los rebaños trashumantes.
A medio kilómetro, después de superar la ermita que llaman del Cristo «Magdaleno», se encuentra Santibáñez de Arienza.
EXPEDICIONES TOPONIMICAS.

Desde Santibáñez la carretera asciende hasta el lugar marcado por las ruinas de la ermita de San Roque, de donde parte el desvío hacia Manzaneda de Omaña. Son 800 metros de ida y otros tantos de vuelta. Luego, un kilómetro más arriba, Cornombre, por donde pasa el arroyo del Campo, también tributario del Salce.
Todos estos nombres han dado pie a curiosas expediciones toponímicas, en las que suele ser menos habitual el tino que el extravío. Así Arienza haría referencia al color blanco de sus aguas, mientras Cornombre significaría «río que viene de la montaña». Repasando estas licencias se distrae el camino de vuelta.