Nuestros juegos tenían solamente los límites de nuestra imaginación. Aquellos niños éramos de buen conforme, teníamos pocos juguetes y menos antojos. Tampoco sabíamos qué eran las chuches, solo nos llegaban los perdones cuando nuestros familiares viajaban fuera o asistían a alguna fiesta en la que había carameleras. Nuestros Reyes no pasaban de un sencillo aguinaldo de nueces, castañas y algún dulce.
De esos lugares, a los que seguimos apegados, salimos muchos omañeses que hoy vivimos fuera de la tierrina, con una educación muy elemental en lo académico. Sufrimos duramente el choque urbano, que logramos superar, porque el deseo de tener más amplios horizontes era más importante que cualquier miedo. Mirado desde la distancia, se podría asegurar que un niño de diez años de entonces no sabía menos que un niño de la misma edad de hoy. Evidentemente no teníamos conocimientos relacionados con nuevas tecnologías, precisamente porque son nuevas, pero, a cambio, nuestras experiencias eran muy ricas en todo lo relacionado con la naturaleza, con la que convivíamos armónicamente. Y, en ese mundo natural, madurábamos como personas. Aprendíamos a aprender, eso que ahora parece el gran descubrimiento educativo. Descubríamos qué era la fortaleza. Y con ella resistíamos las decepciones, asumíamos, si es que existían, las frustraciones. Y no se veían adolescentes con depresiones, ni con bulimias o anorexias.A 279; 
᥿ 9;
 Hoy es triste y preocupante ver a algunos niños, llegados a nuestros pueblos, que se sientan o pasan ante lo que fueron en otra época las escuelas de sus padres o abuelos y no ven lo que les rodea. A su alrededor, siguen cantando los gallos, maullando los gatos, pasando la cigüeña… Llega el olor a tierra mojada, hierba recién segada, flores… Pero su vista está fija en una pantalla… y su oído ajeno a los sonidos de la naturaleza. No necesitan conectar con ese ambiente exterior, porque ellos están siempre "conectados": los animales son virtuales, los amigos virtuales, los abrazos virtuales…, pero la soledad, el individualismo y la incomunicación son reales. No hablan entre ellos, no cantan… Pero, ¡oh sorpresa!, un día se ponen a jugar a la maya y descubren que se puede correr, gritar, estar expectante…; que existen juegos de grupo; que pueden divertirse: en suma, que existe la vida fuera de una pantalla.
Parece, por un momento, que ha renacido la esperanza. Han vuelto a encontrar la sencilla, pero escondida, senda de la sana diversión que lleva a la felicida. Ilusión, compañía... y, mucha, mucha imaginación, remedios infalibles contra el fracaso, el aburrimiento y las frustraciones infantiles.
De esos lugares, a los que seguimos apegados, salimos muchos omañeses que hoy vivimos fuera de la tierrina, con una educación muy elemental en lo académico. Sufrimos duramente el choque urbano, que logramos superar, porque el deseo de tener más amplios horizontes era más importante que cualquier miedo. Mirado desde la distancia, se podría asegurar que un niño de diez años de entonces no sabía menos que un niño de la misma edad de hoy. Evidentemente no teníamos conocimientos relacionados con nuevas tecnologías, precisamente porque son nuevas, pero, a cambio, nuestras experiencias eran muy ricas en todo lo relacionado con la naturaleza, con la que convivíamos armónicamente. Y, en ese mundo natural, madurábamos como personas. Aprendíamos a aprender, eso que ahora parece el gran descubrimiento educativo. Descubríamos qué era la fortaleza. Y con ella resistíamos las decepciones, asumíamos, si es que existían, las frustraciones. Y no se veían adolescentes con depresiones, ni con bulimias o anorexias.A 279; 
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 Hoy es triste y preocupante ver a algunos niños, llegados a nuestros pueblos, que se sientan o pasan ante lo que fueron en otra época las escuelas de sus padres o abuelos y no ven lo que les rodea. A su alrededor, siguen cantando los gallos, maullando los gatos, pasando la cigüeña… Llega el olor a tierra mojada, hierba recién segada, flores… Pero su vista está fija en una pantalla… y su oído ajeno a los sonidos de la naturaleza. No necesitan conectar con ese ambiente exterior, porque ellos están siempre "conectados": los animales son virtuales, los amigos virtuales, los abrazos virtuales…, pero la soledad, el individualismo y la incomunicación son reales. No hablan entre ellos, no cantan… Pero, ¡oh sorpresa!, un día se ponen a jugar a la maya y descubren que se puede correr, gritar, estar expectante…; que existen juegos de grupo; que pueden divertirse: en suma, que existe la vida fuera de una pantalla.
Parece, por un momento, que ha renacido la esperanza. Han vuelto a encontrar la sencilla, pero escondida, senda de la sana diversión que lleva a la felicida. Ilusión, compañía... y, mucha, mucha imaginación, remedios infalibles contra el fracaso, el aburrimiento y las frustraciones infantiles.