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CANALES: Y bajamos a León al dentista....

Y bajamos a León al dentista.

Éramos tres, todos nietos de Rosales. Había en Madrid una importante cuadra de caballos de carreras que tenía el mismo nombre que el apodo de nuestro Gran Abuelo, desconozco si aún existe. Bien, pues nosotros mismos nos llamábamos así……, “somos de la Cuadra Rosales”.

Y en un miércoles de verano, quedamos tres primos de la ya mencionada cuadra, entre los que me incluyo, para bajar a León en aquel famoso coche de línea.

Ya teníamos 14-16 años y la niñez la habíamos dejado atrás. Así que asumiendo papel de adolescentes, acompañamos al primo Javilín, tal cual le llamaba nuestro gran abuelo, al dentista. Este trío, un tanto peculiar y bastante peligroso, y con las edades de las que estamos hablando, siempre actuaba con total complicidad, ambientado en risas y, como no, ciertas picardías. En fín, “pavones” como se dice ahora y riéndonos hasta de nuestras propias sombras, como no podía ser de otra manera.

Llegamos a las cocheras de Fernández y nos acercamos hasta la Casa de Botines, que era donde un dentista, con fama de gruñón, tenía la consulta a la que debía acudir “Javilín”. Entramos pa’llá los tres, entre risillas y guiños de ojos, acompañados de alguna que otra mueca. Cuando le tocó el turno al de la muela, los otros dos, atentos a la causa, nos pusimos en pie y le acompañamos fielmente hasta la misma consulta. Se trataba de ir los tres en bloque, sin fisuras de ningún tipo y absolutamente incondicionales y hasta donde hiciera falta.

Entramos en aquel cuarto y al divisar al de la bata blanca, ya de cierta edad y con mirada de pocos amigos, pudimos comprobar in situ, que las famas no se ganan porque sí; rápidamente le llamó por el nombre y le mandó sentarse. Mientras, los dos acompañantes, esperamos en pie. Comenzó con un seco: “A ver, abra usted la boca….”. Esa voz penetrante y a la vez de recio mando, influyó en el “pobre paciente”, de tal manera que le comenzó a aturdir, yendo lógicamente dicho estado, cada vez en aumento.

Cuando el “mandamás” le ordenaba abrir la boca, él pobre primo la cerraba. Le decía que la cerrara, y el otro pobre la abría. Nosotros dos ya no nos podíamos aguantar con la risa, pero éramos conscientes de que teníamos que aguantar el tipo como fuera. Se trataba de que no nos echara de la consulta por aquello del todos para uno… y pudimos contenernos hasta que se escuchó de nuevo por parte del señor dentista un: “Dígame, de dónde es?” y el paciente totalmente influenciado por la situación con una voz temblorosa, le contestó:”Yo de Canales, al lao de La Magdalena”. El señor colegiado, que ya no podía contenerse más, se desencajó por completo y ésta vez aún más alto que nunca, le contestó: “Que de donde es la muela o el diente o lo que sea, muchacho, que me está poniendo del hígado, puñetas”. Ahí ya fue donde la situación resultó totalmente insostenible e incontrolable y dos carcajadas al unísono, resonaron en aquella consulta de tal manera, que la tarjeta roja para los acompañantes, fue evidentemente clara, inevitable y a la vez inmediata. Dos fuera de la consulta y el otro pobre que seguía sin atinar, quedó absolutamente solo ante el peligro………

Sacar le debió de sacar algo, pero no pudimos saber realmente que,…….. si muela, si diente o de quicio. Cuando salió de la consulta pálido, rápidamente se sumó a la expedición y sin decir ni palabra, solo por las miradas, rompimos a reír los tres y no paramos hasta llegar al mismo Canales, al lao de La Magdalena.

Dicho sea de paso que nos ofrecimos voluntariamente para volver cuando de nuevo hiciese falta, por supuesto. Javilín no nos puso inconvenientes, pero sugirió que para la próxima el sujeto paciente cambiara de nombre.

Saludos cordiales y que Viva Canales ¡
El presi.