Era un hombre con una bondad y honestidad infinitas. Maestro incomparable del arte de la pesca. Siempre alegre, ocurrente y de agudísima perspicacia innata. Estaba dotado y cargado de una paciencia proverbial para enseñárnos las habilidades y secretos de la caña. Gracias a él ganámos nuestro primer sueldo de 80 ptas el kgr de truchas que por aquellos tiempos vendíamos en Casa Sandalio y que Esther freía con jamón entreverado, haciéndo las delicias de los paladares más exquisitos, refinados y exigentes ... (ver texto completo)