Pasábamos raudos y veloces por el puente, montados en nuestras bicicletas alquiladas. Era un puente de doble dirección sin semáforo, y para dar paso estaba El. El niño paralítico. Allí parado, en la orilla de la entrada- salida del puente, como un muñeco destartalado, con sus piernas torcidas, apoyado en dos muletas por debajo de sus axilas. Nos seguía con mirada de envidia hasta que desaparecíamos…y nosotros no le decíamos nada. Teníamos como El unos diecisiete años.
Han pasado 45 años, y nuevamente ... (ver texto completo)
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