Mediante la naturaleza de Dios
Buenaventura sigue a Anselmo y sostiene el intelecto nunca es deficiente en saber acerca de Dios si este en definitiva es, así que nadie puede ignorar la existencia de Dios ni tampoco negarla. El problema, sin embargo, es que sí que se puede tener un conocimiento deficiente acerca de la naturaleza de Dios y una definición inadecuada puede conllevar, mediante la inferencia lógica, a la conclusión de que Dios no existe en primer lugar. No obstante, si todos conocieran perfectamente la naturaleza de Dios, no habría nadie que pudiera descreer de su existencia. El conocimiento acerca de la existencia de Dios es similar al conocimiento de axiomas porque ambos son reconocidos por todo el mundo, solo que, cuando se dice que el todo es más grande que la parte, ya se está familiarizado con los términos involucrados y se tiene certeza del valor de la proposición, mientras que la existencia de Dios deja lugar a cierta incertidumbre por la carencia de una definición única acerca de su naturaleza.
Buenaventura entonces sostiene que la naturaleza de Dios implica su existencia y que la proposición de que Dios existe es por lo tanto una tautología. Decir que Dios existe es como decir que Dios es Dios o que lo que es es. El predicado, que Dios existe, ya se encuentra implícito en el sujeto. Asimismo, negar la existencia de Dios es afirmar una contradicción, como que Dios no es Dios o que lo que es no es. De este modo, si se imagina a un Dios que no existe, no se está imaginando realmente a un Dios, porque el que sea Dios implica la imposibilidad de que no exista.[18] Para defender esta postura, ofrece tres adaptaciones del argumento de Anselmo.
La primera de ellas se centra en la verdad. Como se ha dicho, la verdad ontológica consiste en la indivisión entre el acto y la potencia.[14] Un ser que tuviera la plenitud de la verdad no podría entonces no existir, porque, si no existiera, llevaría en sí mismo cierta potencia que no estaría actualizada, la de existir, y no tendría la plenitud de la verdad. Por lo tanto, existe un ser que tiene la plenitud de la verdad y ese es el ser al que Buenaventura llama Dios.
La segunda de ellas se centra en el bien. Los seres son mejores o peores según sean más o menos completos. Un ser que tuviera la plenitud del bien no podría por lo tanto no existir, ya que, si no existiera, no estaría plenamente completo y no tendría la plenitud del bien. Por eso, existe un ser que tiene la plenitud del bien y ese es el ser al que Buenaventura llama Dios.
La última de ellas se centra en el ser mismo. La nada carece por completo del ser y sus atributos, por lo que no sería posible que la nada existiera, porque, si lo hiciera, tendría ser y por lo tanto no sería la nada. Del mismo modo, el ser que tuviera la plenitud del ser carecería por completo de no ser y por lo tanto no podría no existir, porque, de otra forma, tendría no ser y no tendría la plenitud del ser. Por eso, existe un ser que tiene la plenitud del ser y ese es el ser al que Buenaventura llama Dios.
Buenaventura sigue a Anselmo y sostiene el intelecto nunca es deficiente en saber acerca de Dios si este en definitiva es, así que nadie puede ignorar la existencia de Dios ni tampoco negarla. El problema, sin embargo, es que sí que se puede tener un conocimiento deficiente acerca de la naturaleza de Dios y una definición inadecuada puede conllevar, mediante la inferencia lógica, a la conclusión de que Dios no existe en primer lugar. No obstante, si todos conocieran perfectamente la naturaleza de Dios, no habría nadie que pudiera descreer de su existencia. El conocimiento acerca de la existencia de Dios es similar al conocimiento de axiomas porque ambos son reconocidos por todo el mundo, solo que, cuando se dice que el todo es más grande que la parte, ya se está familiarizado con los términos involucrados y se tiene certeza del valor de la proposición, mientras que la existencia de Dios deja lugar a cierta incertidumbre por la carencia de una definición única acerca de su naturaleza.
Buenaventura entonces sostiene que la naturaleza de Dios implica su existencia y que la proposición de que Dios existe es por lo tanto una tautología. Decir que Dios existe es como decir que Dios es Dios o que lo que es es. El predicado, que Dios existe, ya se encuentra implícito en el sujeto. Asimismo, negar la existencia de Dios es afirmar una contradicción, como que Dios no es Dios o que lo que es no es. De este modo, si se imagina a un Dios que no existe, no se está imaginando realmente a un Dios, porque el que sea Dios implica la imposibilidad de que no exista.[18] Para defender esta postura, ofrece tres adaptaciones del argumento de Anselmo.
La primera de ellas se centra en la verdad. Como se ha dicho, la verdad ontológica consiste en la indivisión entre el acto y la potencia.[14] Un ser que tuviera la plenitud de la verdad no podría entonces no existir, porque, si no existiera, llevaría en sí mismo cierta potencia que no estaría actualizada, la de existir, y no tendría la plenitud de la verdad. Por lo tanto, existe un ser que tiene la plenitud de la verdad y ese es el ser al que Buenaventura llama Dios.
La segunda de ellas se centra en el bien. Los seres son mejores o peores según sean más o menos completos. Un ser que tuviera la plenitud del bien no podría por lo tanto no existir, ya que, si no existiera, no estaría plenamente completo y no tendría la plenitud del bien. Por eso, existe un ser que tiene la plenitud del bien y ese es el ser al que Buenaventura llama Dios.
La última de ellas se centra en el ser mismo. La nada carece por completo del ser y sus atributos, por lo que no sería posible que la nada existiera, porque, si lo hiciera, tendría ser y por lo tanto no sería la nada. Del mismo modo, el ser que tuviera la plenitud del ser carecería por completo de no ser y por lo tanto no podría no existir, porque, de otra forma, tendría no ser y no tendría la plenitud del ser. Por eso, existe un ser que tiene la plenitud del ser y ese es el ser al que Buenaventura llama Dios.