Hilemorfismo universal
Es evidente, para la filosofía escolástica, que hay dos principios distintos, el cuerpo y el espíritu. Esto se debe a que el humano puede realizar operaciones, como pensar y desear, que no dependen del cuerpo, por lo que tiene que haber un principio que lo trascienda. Además, es evidente que, así como existen criaturas puramente corporales y criaturas híbridas, con cuerpo y espíritu, es probable que existan criaturas puramente espirituales. Se establece, asimismo, una jerarquía de entes, ya que lo corporal es extenso, divisible, compuesto e imperfecto, mientras que lo espiritual es inextenso, indivisible, simple y perfecto.
Buenaventura defiende el hilemorfismo universal. El hilemorfismo es la postura de que, al menos en las criaturas corporales, se tiene que dar composición de materia y forma. Ahora bien, el hilemorfismo universal sostiene que no solo se da tal composición en las criaturas corporales, sino también en las criaturas espirituales. Las criaturas corporales tienen materia corporal, extensa, y divisible, mientras que las criaturas espirituales tienen materia espiritual, inextensa e indivisible. La simplicidad de las criaturas espirituales consiste, pues, no en la ausencia de partes constitutivas, sino en la ausencia de partes cuantitativas.
Buenaventura da cuatro argumentos en favor de esto. Primero, las criaturas espirituales cambian, pero solo cambia lo material. Segundo, las criaturas espirituales tienen accidentes, pero solo tiene accidentes lo material. Tercero, las criaturas espirituales hacen acciones y padecen pasiones, pero la acción y la pasión precisan de principios distintos. Cuarto, las criaturas espirituales son individuales, pero el principio de individuación es la materia. Tomás de Aquino había respondido a las tres primeras objeciones afirmando que las criaturas espirituales no cambiaban, tenían accidentes o padecían pasiones del mismo modo que las criaturas corporales, por lo que no era necesario explicar estas condiciones mediante la composición de materia y forma, sino que era posible explicarlas mediante la composición de esencia, aquello que la sustancia es, y ser, aquello que hace que la sustancia sea. Con respecto a la cuarta objeción, otros, como Averroes, afirmaban que todas las personas compartían una mente común. Tomás de Aquino sostenía una posición más moderada y argumentaba que las mentes eran individuales, porque, aunque podían prescindir accidentalmente del cuerpo, su unión con este les correspondía sustancialmente. Acerca de los ángeles, en cambio, se afirmaba que la multitud de los ángeles se debía a la multitud de especies.
Para Buenaventura, entonces, la persona es la composición de dos sustancias, cuerpo y mente, ambas compuestas de materia y forma, entendiendo la mente no como el acto del cuerpo, sino como el motor de este. En este sentido, es similar a la postura sostenida por Platón. Tomás de Aquino planteaba como objeción que, si ambos, el cuerpo y la mente, estaban compuestos de materia y forma, eso negaría la individualidad de la persona. No obstante, Buenaventura respondía que el principio de individuación es la materia solo cuando la materia agota todo el apetito de la forma y la forma todo el apetito de la materia. La mente y el cuerpo en la persona conforman una unidad por su apetito a la unión.
Para Averroes, el intelecto agente y el intelecto paciente eran dos sustancias distintas y separadas. Sin embargo, para Buenaventura, se trata de dos facultades esenciales de la mente. Por lo tanto, a diferencia de sus contemporáneos, que frecuentemente pensaban que Dios iluminaba actuando como intelecto agente sobre el intelecto paciente de las criaturas espirituales, Buenaventura asigna a cada criatura espiritual su propio intelecto agente. También insiste en que el intelecto paciente siempre permanece como recipiente de las especies inteligibles, sean aprehendidas o abstraídas. En consecuencia, no es posible que haya intelección alguna sin intelecto paciente. El intelecto agente es producto de la forma y el intelecto paciente es producto de la materia y, como Buenaventura sostiene que incluso las criaturas puramente espirituales e incorpóreas tiene materia, se ve obligado a admitir que estas también tienen intelecto paciente.
Es evidente, para la filosofía escolástica, que hay dos principios distintos, el cuerpo y el espíritu. Esto se debe a que el humano puede realizar operaciones, como pensar y desear, que no dependen del cuerpo, por lo que tiene que haber un principio que lo trascienda. Además, es evidente que, así como existen criaturas puramente corporales y criaturas híbridas, con cuerpo y espíritu, es probable que existan criaturas puramente espirituales. Se establece, asimismo, una jerarquía de entes, ya que lo corporal es extenso, divisible, compuesto e imperfecto, mientras que lo espiritual es inextenso, indivisible, simple y perfecto.
Buenaventura defiende el hilemorfismo universal. El hilemorfismo es la postura de que, al menos en las criaturas corporales, se tiene que dar composición de materia y forma. Ahora bien, el hilemorfismo universal sostiene que no solo se da tal composición en las criaturas corporales, sino también en las criaturas espirituales. Las criaturas corporales tienen materia corporal, extensa, y divisible, mientras que las criaturas espirituales tienen materia espiritual, inextensa e indivisible. La simplicidad de las criaturas espirituales consiste, pues, no en la ausencia de partes constitutivas, sino en la ausencia de partes cuantitativas.
Buenaventura da cuatro argumentos en favor de esto. Primero, las criaturas espirituales cambian, pero solo cambia lo material. Segundo, las criaturas espirituales tienen accidentes, pero solo tiene accidentes lo material. Tercero, las criaturas espirituales hacen acciones y padecen pasiones, pero la acción y la pasión precisan de principios distintos. Cuarto, las criaturas espirituales son individuales, pero el principio de individuación es la materia. Tomás de Aquino había respondido a las tres primeras objeciones afirmando que las criaturas espirituales no cambiaban, tenían accidentes o padecían pasiones del mismo modo que las criaturas corporales, por lo que no era necesario explicar estas condiciones mediante la composición de materia y forma, sino que era posible explicarlas mediante la composición de esencia, aquello que la sustancia es, y ser, aquello que hace que la sustancia sea. Con respecto a la cuarta objeción, otros, como Averroes, afirmaban que todas las personas compartían una mente común. Tomás de Aquino sostenía una posición más moderada y argumentaba que las mentes eran individuales, porque, aunque podían prescindir accidentalmente del cuerpo, su unión con este les correspondía sustancialmente. Acerca de los ángeles, en cambio, se afirmaba que la multitud de los ángeles se debía a la multitud de especies.
Para Buenaventura, entonces, la persona es la composición de dos sustancias, cuerpo y mente, ambas compuestas de materia y forma, entendiendo la mente no como el acto del cuerpo, sino como el motor de este. En este sentido, es similar a la postura sostenida por Platón. Tomás de Aquino planteaba como objeción que, si ambos, el cuerpo y la mente, estaban compuestos de materia y forma, eso negaría la individualidad de la persona. No obstante, Buenaventura respondía que el principio de individuación es la materia solo cuando la materia agota todo el apetito de la forma y la forma todo el apetito de la materia. La mente y el cuerpo en la persona conforman una unidad por su apetito a la unión.
Para Averroes, el intelecto agente y el intelecto paciente eran dos sustancias distintas y separadas. Sin embargo, para Buenaventura, se trata de dos facultades esenciales de la mente. Por lo tanto, a diferencia de sus contemporáneos, que frecuentemente pensaban que Dios iluminaba actuando como intelecto agente sobre el intelecto paciente de las criaturas espirituales, Buenaventura asigna a cada criatura espiritual su propio intelecto agente. También insiste en que el intelecto paciente siempre permanece como recipiente de las especies inteligibles, sean aprehendidas o abstraídas. En consecuencia, no es posible que haya intelección alguna sin intelecto paciente. El intelecto agente es producto de la forma y el intelecto paciente es producto de la materia y, como Buenaventura sostiene que incluso las criaturas puramente espirituales e incorpóreas tiene materia, se ve obligado a admitir que estas también tienen intelecto paciente.