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“En España, en la ciudad de Málaga, murieron en este día los señores mártires Ciriaco y Paula, virgen, los cuales de haber padecido muchos tormentos fueron apedreados y dieron sus almas cielo entre las mismas piedras”.
Los autores de los Martirologios y santorales posteriores han reproducido estos datos. El auge de los martirologios tuvo lugar en la Edad Media, en el siglo XI, en el cual aflora el culto a las reliquias, ya que cada ciudad pretendía tener sus mártires propios a los solicitaban su protección. Seguramente en Málaga numerosos fieles cristianos se agruparon en torno a las reliquias de los mártires locales, aunque siempre bajo el temor de las represalias musulmanas. Con las oleadas invasores de almorávides y almohades, los núcleos cristianos malagueños fueron expulsados al norte de África, por lo que Ciriaco y Paula tuvieron que esperar hasta el siglo XV para ser designados como Santos Titulares.
A finales del siglo XVII, el arzobispo de Toledo don Francisco Antonio Lorenzana se encontró un himnario mozárabe, en el que se reproducía el himno correspondiente a San Ciriaco y Santa Paula.
Al parecer, estos himnos están tomados de las actas de martirio. Ahora bien, se ignora dónde han sido depositados sus cuerpos, aunque tradicionalmente se afirmaban que no podían estar muy lejos de la ciudad, junto a la ribera del río Guadalmedina, de donde se arrancaron las piedras para lapidarlos. Esta creencia en torno a la localización de los cuerpos de los Santos Mártires ha pervivido hasta nuestros días y hoy al lugar del martirio lo conocemos como Martiricos. Otros señalan el vecino Arroyo de los Ángeles, cercano al convento franciscano del mismo nombre, aunque las excavaciones llevadas a cabo fueron infructuosas. Diego de Torres, su promotor, ordenó que se compusieran ciertas composiciones en las que se celebra el martirio de los Santos. En el pedestal de la cruz se puede leer: “A los Santos Mártires Ciriaco y Paula que en Málaga derramaron su sangre y fueron apedreados por defender la Cruz, y es fama que están sus sepulcros intramuros de este monasterio”.
La tradición transmitida por estas fuentes, y recogidas ampliamente en la historiografía local, afirma que los Santos Ciriaco y Paula fueron dos jóvenes malagueños pertenecientes a una floreciente comunidad cristiana existente en nuestra ciudad y presidida por el Obispo San Patricio. Apresados en el contexto de la décima persecución del emperador Diocleciano y Maximiano, fueron sometidos a dolorosos tormentos con el propósito de que renunciaran a su fe y adorasen a las divinidades paganas.
Como no consiguieron tal propósito, fueron condenados a muerte y lapidados hasta el óbito, atados a sendos árboles, que ocurrió en el margen del río Guadalmedina el día 18 de junio del año 303 de nuestra era, en el lugar que aún hoy conocemos como Paseo de Martiricos. Ocurrida la muerte, cayó un fuerte aguacero que impidió que sus cuerpos fuesen quemados, y sus hermanos cristianos los recogieron y procedieron a su sepultura. Desde entonces han sido venerados en nuestra ciudad por los cristianos hasta el siglo XI tal como hemos expuesto anteriormente.
Su devoción y fama se extendió por toda la provincia Bética y estos hechos recogidos en los martirologios ya citados.
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“En España, en la ciudad de Málaga, murieron en este día los señores mártires Ciriaco y Paula, virgen, los cuales de haber padecido muchos tormentos fueron apedreados y dieron sus almas cielo entre las mismas piedras”.
Los autores de los Martirologios y santorales posteriores han reproducido estos datos. El auge de los martirologios tuvo lugar en la Edad Media, en el siglo XI, en el cual aflora el culto a las reliquias, ya que cada ciudad pretendía tener sus mártires propios a los solicitaban su protección. Seguramente en Málaga numerosos fieles cristianos se agruparon en torno a las reliquias de los mártires locales, aunque siempre bajo el temor de las represalias musulmanas. Con las oleadas invasores de almorávides y almohades, los núcleos cristianos malagueños fueron expulsados al norte de África, por lo que Ciriaco y Paula tuvieron que esperar hasta el siglo XV para ser designados como Santos Titulares.
A finales del siglo XVII, el arzobispo de Toledo don Francisco Antonio Lorenzana se encontró un himnario mozárabe, en el que se reproducía el himno correspondiente a San Ciriaco y Santa Paula.
Al parecer, estos himnos están tomados de las actas de martirio. Ahora bien, se ignora dónde han sido depositados sus cuerpos, aunque tradicionalmente se afirmaban que no podían estar muy lejos de la ciudad, junto a la ribera del río Guadalmedina, de donde se arrancaron las piedras para lapidarlos. Esta creencia en torno a la localización de los cuerpos de los Santos Mártires ha pervivido hasta nuestros días y hoy al lugar del martirio lo conocemos como Martiricos. Otros señalan el vecino Arroyo de los Ángeles, cercano al convento franciscano del mismo nombre, aunque las excavaciones llevadas a cabo fueron infructuosas. Diego de Torres, su promotor, ordenó que se compusieran ciertas composiciones en las que se celebra el martirio de los Santos. En el pedestal de la cruz se puede leer: “A los Santos Mártires Ciriaco y Paula que en Málaga derramaron su sangre y fueron apedreados por defender la Cruz, y es fama que están sus sepulcros intramuros de este monasterio”.
La tradición transmitida por estas fuentes, y recogidas ampliamente en la historiografía local, afirma que los Santos Ciriaco y Paula fueron dos jóvenes malagueños pertenecientes a una floreciente comunidad cristiana existente en nuestra ciudad y presidida por el Obispo San Patricio. Apresados en el contexto de la décima persecución del emperador Diocleciano y Maximiano, fueron sometidos a dolorosos tormentos con el propósito de que renunciaran a su fe y adorasen a las divinidades paganas.
Como no consiguieron tal propósito, fueron condenados a muerte y lapidados hasta el óbito, atados a sendos árboles, que ocurrió en el margen del río Guadalmedina el día 18 de junio del año 303 de nuestra era, en el lugar que aún hoy conocemos como Paseo de Martiricos. Ocurrida la muerte, cayó un fuerte aguacero que impidió que sus cuerpos fuesen quemados, y sus hermanos cristianos los recogieron y procedieron a su sepultura. Desde entonces han sido venerados en nuestra ciudad por los cristianos hasta el siglo XI tal como hemos expuesto anteriormente.
Su devoción y fama se extendió por toda la provincia Bética y estos hechos recogidos en los martirologios ya citados.
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