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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: Conquista de Córdoba...

Conquista de Córdoba

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El gobernador almohade de Córdoba firmó en 1235 una tregua de un año con Fernando III. Para esto, el emir debió pagar 430.000 maravedíes. Sin embargo, esta tregua no impedía que los castellanos atacaran baluartes que ya no dependían del emir, por lo que Fernando tomó los castillos de Iznatoraf y San Esteban. Ese año murió Beatriz de Suabia y Fernando se trasladó al norte.​ El emir decidió no pagar lo pactado y cristianos de los consejos fronterizos dirigidos por el segoviano Domingo Muñoz tomaron los arrabales de Córdoba y se hicieron fuertes. Además, unos desertores moros informaron a los cristianos de que la ciudad estaba desguarnecida y era muy fácil llegar a la Axerquía, cosa que hizo un pequeño grupo de soldados.​ Esto sucedió en enero de 1236 y el rey, al informarse, juntó fuerzas de León, de Salamanca, de Zamora y de Toro y de las órdenes militares y marchó hacia Córdoba. Acompañado del infante Alfonso, de nobles castellanos y leoneses, de tropas de los concejos y de fuerzas de los obispos de Cuenca y Baeza, Fernando llegó a la ciudad en febrero.​ Jaime I de Aragón estaba acechando Valencia, e Ibn Hud prefirió retirarse a Almería e ir a proteger esa plaza con sus barcos, dando Córdoba por perdida. Córdoba, abandonada por su emir y desalentada por el asedio, capituló; la entrada solemne de Fernando en la ciudad se produjo el 29 de junio de 1236.​ El rey dejó como gobernador de la ciudad a Alfonso Téllez de Meneses y como gobernador militar a Álvar Pérez de Castro.​ El rey castellano-leonés firmó entonces una tregua de seis años con Ibn Hud, por la que este se comprometió a pagarle tributo.​ Fernando restauró además el obispado cordobés, que quedó como sufragáneo del de Toledo, como otros (Baeza, Coria, Cuenca y Plasencia) mientras no se restaurase la metrópoli de la provincia eclesiástica (Sevilla).​ La conquista de Córdoba y la restauración del obispado impelieron al papa Gregorio IX a otorgar a Fernando importantes prerrogativas, tanto canónicas (protección papal de la familia real e indulgencias a los que participan en las campañas de Fernando), como económicas y políticas.

La madre recomendó a su hijo Fernando que se casara en segundas nupcias y este aceptó la sugerencia. La madre, para evitar parentescos entre los nobles, buscó la ayuda de su hermana Blanca, que le recomendó a Juana de Ponthieu o de Danmartín. Juana vino desde Francia con una comitiva que se marchó tras celebrarse el matrimonio en Toledo. La boda se celebró en la catedral de Burgos en noviembre de 1237 y fue oficiada por el mismo clérigo que su primera boda, el obispo de la diócesis Mauricio.​ En 1238 y 1239, permaneció en la zona de Burgos, desde donde tuvo que enviar víveres a las últimas zonas conquistadas, que pasaban apuros.

La muerte de Ibn Hud en 1238 y el continuo descaecimiento del poder almohade allanaron las nuevas conquistas de Fernando en las tierras andalusíes.​ Gran parte de la campiña cordobesa capituló ante los castellano-leoneses y en los primeros años de 1240 los cristianos sometieron el reino de Murcia.​ En 1241, se apoderó de Albacete.​

Entre 1240 y 1243 sus conquistas se extendieron en abanico sin encontrar apenas resistencia: Chillón, Gahete, Pedroche, Santa Eufemia, Obejo, Setefilla, Hornachuelos, Almodóvar, Luque, Lucena, Santaella, Montoro, Aguilar, Baena, Écija, Marchena, Morón, Osuna y Estepa.

A Fernando III se le plantearon dos frentes: Andalucía y Murcia. El primero decidió reservárselo para él y para el segundo envió a su hijo primogénito. Alfonso viajó a Toledo en 1243 a donde llegó una embajada del rey de Murcia, Muriel, trayendo un pliego de condiciones para hacerse un señorío de don Fernando. La razón es que Jaime I de Aragón había conquistado ya Valencia y Játiva y ahora, aliado con Alhamar, rey de Jaén y Granada, pretendían hacerse con Murcia. Alfonso aceptó el pliego y firmó las Capitulaciones de Alcaraz y posteriormente recorrió la región y se instaló temporalmente en el alcázar de Murcia. Posteriormente Alfonso firmó con Jaime I de Aragón el Tratado de Almizra para fijar el límite de expansión de los aragoneses hacia el sur.​ Este acuerdo llevó como prenda la concertación de una boda entre Alfonso de Castilla y Violante, hija de Jaime I. En 1244 Rodrigo González Girón y el maestre de Santiago, Pelayo Pérez Correa, se unieron a Alfonso y se apoderaron de la ciudad de Mula, de Lorca –que capituló tras una ardua resistencia– y de Cartagena, que pudieron tomar gracias a una flota naval que vino del Cantábrico, y que fue un preludio de los planes que tenía Fernando con Sevilla. Ese mismo año de 1244, Fernando emprendió su última ofensiva en Al-Ándalus.