Una posada de Starkie
Parece reconocido que el hispanista irlandés Walter Starkie, “caballero andante del violín” (como le llamó Antonio Espina), fue uno de los más distinguidos viajeros al modo clásico en la España del primer tercio del siglo XX, y siguiendo las huellas de George Borrow. Suya es una de las más plásticas y psicológicas descripciones de una posada española, la de Pancorbo al norte de la provincia de Burgos, en el límite de Castilla con Vascongadas. Llegado al pueblo tras haber pasado la noche anterior al aire libre, encontró el establecimiento a las afueras del pueblo (entre el camino y la vía del tren), «una casa de labor castellana bastante ruinosa» y preguntándose «En qué categoría de hoteles españoles» estaría catalogado aquel establecimiento que, al traspasar la puerta consideró como posada, que «según la tradición castellana» tenía su planta baja destinada a las mulas y el ganado, un espacio oscuro por el que avanzó a tientas y resbalando en las heces de los animales. Una escalera le llevó al primer piso, donde se sorprendió por el «confort. A lo largo de la pared del corredor, que iba de un extremo a otro de la casa, había viejas sillas españolas y un arca tallada; en la cocina había muchas cafeteras y cazuelas resplandecientes; el comedor era agradable y el dormitorio, con su ventana que daba a un huerto, ostentaba una magnífica cama de matrimonio, con sábanas limpias y un edredón vistoso. (...) No, no era una posada ni un parador, pues un parador es tan solo un sitio para detenerse unas horas...».21
Parece reconocido que el hispanista irlandés Walter Starkie, “caballero andante del violín” (como le llamó Antonio Espina), fue uno de los más distinguidos viajeros al modo clásico en la España del primer tercio del siglo XX, y siguiendo las huellas de George Borrow. Suya es una de las más plásticas y psicológicas descripciones de una posada española, la de Pancorbo al norte de la provincia de Burgos, en el límite de Castilla con Vascongadas. Llegado al pueblo tras haber pasado la noche anterior al aire libre, encontró el establecimiento a las afueras del pueblo (entre el camino y la vía del tren), «una casa de labor castellana bastante ruinosa» y preguntándose «En qué categoría de hoteles españoles» estaría catalogado aquel establecimiento que, al traspasar la puerta consideró como posada, que «según la tradición castellana» tenía su planta baja destinada a las mulas y el ganado, un espacio oscuro por el que avanzó a tientas y resbalando en las heces de los animales. Una escalera le llevó al primer piso, donde se sorprendió por el «confort. A lo largo de la pared del corredor, que iba de un extremo a otro de la casa, había viejas sillas españolas y un arca tallada; en la cocina había muchas cafeteras y cazuelas resplandecientes; el comedor era agradable y el dormitorio, con su ventana que daba a un huerto, ostentaba una magnífica cama de matrimonio, con sábanas limpias y un edredón vistoso. (...) No, no era una posada ni un parador, pues un parador es tan solo un sitio para detenerse unas horas...».21