Por lo demás "al hombre contemporáneo -escribía Pablo VI-atormentado no pocas veces entre la angustia y la esperanza, postrado por el sentimiento de sus limitaciones y asaltado por aspiraciones sin límite, turbado en el ánimo y dividido en el corazón, con la mente en suspenso por el enigma de la muerte, oprimido por la soledad mientras se ve inclinado a la comunión, presa de la náusea y del tedio, la Santísima Virgen María, contemplada en su vida evangélica y en la realidad que ya posee en la ciudad de Dios, ofrece una visión serena y una palabra de seguridad: la victoria de la esperanza sobre la angustia, de comunión sobre la soledad, de la paz sobre la agitación, de la alegría y de la belleza sobre el tedio y la náusea, de las perspectivas eternas sobre las temporales, de la vida sobre la muerte" (ib., 57).