Para los discípulos del Señor la Virgen es el gran símbolo del hombre que alcanza las aspiraciones más íntimas de su inteligencia, de su voluntad y de su corazón, abriéndose por Cristo y en el Espíritu a la trascendencia de Dios en filial entrega de amor y arraigándose en la historia en servicio eficaz a los hombres.