Los primeros símbolos de la fe y sucesivamente las fórmulas dogmáticas de los concilios de Constantinopla (a. 381), de Éfeso (a. 431) y de Calcedonia (a. 451) atestiguan la progresiva reflexión sobre el misterio de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, y paralelamente el progresivo descubrimiento del papel de María en el misterio de la Encarnación: un descubrimiento que llevó a la definición dogmática de la maternidad divina y virginal de María.