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Durante su estancia en Roma, Jerónimo ofició de guía espiritual para un grupo de mujeres pertenecientes a la aristocracia o patriciado romano, entre quienes se contaban las viudas Marcela y Paula de Roma (esta última, madre de la joven Eustoquio, a quien Jerónimo dirigió una de sus más famosas epístolas sobre el tema de la virginidad). Las inició en el estudio y meditación de la Sagrada Escritura y en el camino de la perfección evangélica, que incluía el abandono de las vanidades del mundo y el desarrollo de obras de caridad. Ese centro de espiritualidad se hallaba en un palacio del monte Aventino, en donde residía Marcela con su hija Asella. La dirección espiritual de mujeres le valió a Jerónimo críticas por parte del clero romano que llegaron incluso a la difamación y a la calumnia. Sin embargo, Paladio afirma que el vínculo con Paula de Roma le fue a Jerónimo de utilidad en sus trabajos bíblicos, pues su padre le había enseñado el griego y había aprendido suficiente hebreo en Palestina como para cantar los salmos en la lengua original. Es un hecho que buena parte del epistolario de Jerónimo se dirigió a distintos miembros de ese grupo, ​ al cual se uniría más tarde Fabiola de Roma, una joven divorciada y vuelta a casar que se convertiría en una de las grandes seguidoras de Jerónimo. Varios miembros de este grupo, incluidas Paula y Fabiola, también acompañaron a Jerónimo en diferentes momentos durante su estancia en Belén.

En el Concilio de Roma de 382, el papa Dámaso I expidió un decreto conocido como Decreto de Dámaso que contenía una lista de los libros canónicos del Antiguo y del Nuevo Testamento. Le pidió a san Jerónimo utilizar este canon y escribir una nueva traducción de la Biblia que incluyera un Antiguo Testamento que contuviese los 46 libros que estaban en la Septuaginta y el Nuevo Testamento con sus 27 libros, a fin de acabar con las diferencias que había con la versión de la Biblia que circulaba en Occidente, la llamada Vetus Latina. Comenzó entonces esta labor con la traducción de los Psalmos o Salmos. Y además tradujo, por petición expresa del papa Dámaso, los Comentarios sobre el Cantar de los cantares de Orígenes y el tratado Sobre el Espíritu Santo de Dídimo el Ciego.

Cuando tenía alrededor de 40 años, Jerónimo fue ordenado sacerdote. Pero sus altos cargos en Roma y la dureza con la cual corregía ciertos defectos de la alta clase social le trajeron envidias, que recrudecieron cuando falleció su protector el papa Dámaso; sintiéndose incomprendido y hasta calumniado en Roma, donde no aceptaban su modo enérgico de corrección, dispuso alejarse de ahí para siempre y se fue a Tierra Santa, llegando a Antioquía en agosto del año 385 acompañado de su hermano Pauliniano y de algunos amigos. Jerónimo obedecía así un canon del Concilio de Nicea que establecía que los sacerdotes estuvieran en sus diócesis de origen. Fue seguido poco después por Santa Paula y Eustoquio, resueltas a abandonar su entorno patricio para acabar sus días en Tierra Santa. Los peregrinos, recibidos por el obispo Paulino de Antioquía, visitaron Jerusalén, Belén y los santos lugares de Galilea. Se encontraron con Melania la Vieja y Rufino de Aquilea, amigo de la juventud, en Jerusalén, donde llevaban una vida de penitencia y oración en monasterios que Jerónimo cita en sus Cartas. En un violento comentario antisemita de Sofonías (profeta) I: 15, retomó la acusación de deicidio contra los judíos formulada en el corpus patrístico: «Este día es un día de furor, un día de angustia y de aprieto, un día de alboroto y desolación, un día de nubes y de sobras...» Y menciona el hábito de los judíos de ir a llorar al Muro de las lamentaciones: «Hasta este día, estos inquilinos hipócritas tienen prohibido venir a Jerusalén, ya que son los asesinos de los profetas y sobre todo del último entre ellos, el Hijo de Dios; a menos que vengan a llorar, porque se les dio permiso para lamentarse sobre las ruinas de la villa, mediante pago».

Durante el invierno de 385 a 386, Jerónimo y Paula parten a Egipto, pues allí estaba la cuna de los grandes modelos de vida ascética. En Alejandría, Jerónimo pudo volver a ver al catequista Dídimo el Ciego explicar al profeta Oseas y contar los recuerdos que tenía del asceta Antonio el Grande, fallecido treinta años antes.

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