Qnk, tampoco Andreiev tiene desperdicio, así que aquí dejo algo de lo que puedes encontrar en ABISMO. ¡Espero que te guste y te despierte el gusanillo de leerlo completo!
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Y otra vez en otra dirección, tendió la mano, y de nuevo tropezó con el desnudo cuerpo, y así, dondequiera que pusiera la mano, tropezaba siempre con aquel cuerpo de mujer, terso, dúctil, cual si se templase al contacto de su mano. A veces retirábala el joven aprisa, pero otras la dejaba posar y como él mismo, sin gorra, desgarrado, parecíase irreal a sí propio, tampoco podía relacionar la imagen de Zinochka con aquel silente cuerpo femenino, representábasele en toda su repugnante claridad, y con una fuerza extraña, locuaz, hablaba por todos sus miembros. Agachándose hasta el punto de crujirle las coyunturas, miraba de hito en hito a aquel manchón blanco y fruncía las cejas, cual hombre que medita. Helábase en él el horror ocurrido, hacíase un ovillo y se le posaba en el alma, como algo rendido y exánime.
-Señor, ¿qué es esto? -repetía.
Pero su voz sonaba incrédula, como adrede.
Palpóle el corazón; latía débil, pero igual, y cuando el joven se agachó hasta rozar la cara misma, sintió un tenue alentar, cual si Zinochka no fuera presa de un profundo desmayo, sino que simplemente estuviese dormida. Y con voz queda la llamó:
- ¡Zinochka, soy yo!...
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Y otra vez en otra dirección, tendió la mano, y de nuevo tropezó con el desnudo cuerpo, y así, dondequiera que pusiera la mano, tropezaba siempre con aquel cuerpo de mujer, terso, dúctil, cual si se templase al contacto de su mano. A veces retirábala el joven aprisa, pero otras la dejaba posar y como él mismo, sin gorra, desgarrado, parecíase irreal a sí propio, tampoco podía relacionar la imagen de Zinochka con aquel silente cuerpo femenino, representábasele en toda su repugnante claridad, y con una fuerza extraña, locuaz, hablaba por todos sus miembros. Agachándose hasta el punto de crujirle las coyunturas, miraba de hito en hito a aquel manchón blanco y fruncía las cejas, cual hombre que medita. Helábase en él el horror ocurrido, hacíase un ovillo y se le posaba en el alma, como algo rendido y exánime.
-Señor, ¿qué es esto? -repetía.
Pero su voz sonaba incrédula, como adrede.
Palpóle el corazón; latía débil, pero igual, y cuando el joven se agachó hasta rozar la cara misma, sintió un tenue alentar, cual si Zinochka no fuera presa de un profundo desmayo, sino que simplemente estuviese dormida. Y con voz queda la llamó:
- ¡Zinochka, soy yo!...