ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: ......

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La pobre rosa vio con un estremecimiento de horror cómo el sapo apoyaba sus pegajosas patas contra el tronco del rosal. Pero al sapo le resultaba muy difícil encaramarse, pues su pegajoso cuerpo sólo podía avanzar por terrenos lisos, arrastrarse y dar unos pequeños saltos. A cada esfuerzo que hacía levantaba la mirada hacia donde se balanceaba la flor, y la rosa murmuraba aterrada:
- ¡Dios mío! -suplicó-. ¡Concédeme otra clase de muerte!
Y el sapo subía cada vez más. Pero allí donde terminaban las viejas ramas y empezaban las ramas nuevas, más endebles, tropezó con nuevas dificultades. Unas púas muy afiladas salían a su paso. El sapo arrastraba el vientre y las patas, y estaba lleno de sangre. ¡Qué odio le brillaba en los ojos al mirar a la rosa!
- ¡He dicho que te tragaría!- repitió...

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Se hizo de noche; había que pensar en la cena y el sapo se lanzó a la caza de inocentes insectos. La ira no le impedía hartarse y las heridas no le dolían. Cuando se sintió llena la barriga trató otra vez de subir hasta la rosa y comerse la odiada flor.
Llegó la mañana, y la rosa casi se había olvidado de su enemigo. Se había abierto del todo y era la flor más hermosa del jardín. Pero no se acercaba nadie para admirar su belleza, pues el niño seguía en cama y su hermana no se había asomado aún a la ventana. Sólo los pájaros y las mariposas volaban cerca de la rosa, y las abejas se posaban en sus pétalos...

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Un ruiseñor le dedicó una hermosa cantata. La rosa era feliz viendo cómo el ruiseñor había cantado su belleza. Pero no veía cómo su enemigo subía sigilosamente. El sapo estaba decidido a alcanzar la presa, y poco le importaban las heridas que se hacía en su vientre y en sus patas... Y de pronto la rosa oyó los terribles murmullos que ella conocía tan bien.
- ¡He dicho que te tragaría, y te tragaré!
Los ojos del sapo la miraban codiciosos desde una rama cercana. Sólo tenía que hacer un movimiento para alcanzar la flor. La rosa comprendió que estaba perdida...

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Hacía ya mucho rato que el niño estaba inmóvil en la cama. Su hermana, que estaba sentada en un sillón a su lado, creía que dormía. Tenía un libro abierto en la falda, pero no leía. La cabeza le caía sobre el pecho; rendida de la noche pasada velando al hermanito enfermo, se había dormido.
-Masha- murmuró el niño.
La hermana se estremeció. Acababa de soñar que estaba sentada junto a la ventana y que el hermano jugaba como otras veces en el jardín.
-Dime, querido...
-Masha, me has dicho que hay rosas. ¿No podrías...?
-Sí, sí, querido mío.
Se acercó a la ventana y miró hacia el rosal. Vio una hermosa rosa, esplendorosamente abierta.
-Acaba de desplegarse una rosa para ti; ¡qué hermosa! ¿Quieres que la ponga aquí, en un búcaro, o sobre la mesilla?
-Sobre la mesilla.
La muchacha cogió unas tijeras y salió al jardín. Hacía muchos días que vivía encerrada en su habitación y el sol la cegó. Se acercó al rosal en el instante en que el sapo tendía sus sucias garras para apresar la rosa.
- ¡Oh, qué repugnante!- exclamó la muchacha...

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Cogió la rama donde estaba el sapo y la agitó hasta que el sapo cayó. Iracundo, quiso atacar a la muchacha, pero no logró saltar hasta el borde de su vestido, y la niña le arreó un puntapié, y el animal rodó por el suelo. Ya no se atrevió a un segundo ataque, y vio cómo la niña cortaba la flor y se la llevaba.
Cuando el niño vio a la hermana entrar en la habitación con una hermosa rosa tan bonita sonrió. Hacía mucho tiempo que no sonreía.
-Dámela- dijo-. ¡Qué perfuma tan suave!
Súbitamente su rostro adquirió una expresión serena, apacible y cerró los ojos... para siempre.

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A pesar de que la rosa fue cortada antes que empezara a marchitarse, comprendió que no había sido en vano. La pusieron en un búcaro junto al ataúd. Había ramos de otras flores, pero nadie se fijaba en ellas. Cuando la muchacha puso la rosa en el búcaro, se la acercó a los labios y la besó. Una diminuta lágrima cayó sobre uno de los pétalos... y éste fue el acontecimiento más prodigioso de la vida de la flor. Cuando se marchitó, la metieron entre las hojas de un libro muy viejo, y se secó. Muchos años después me la regalaron. Por eso sé yo la historía de la rosa.


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