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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: ......

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Cuando estaba cansado de leer las aventuras de Robinson y relatos de lejanos países y de piratas, dejaba en el banco el libro abierto y se iba al rincón del jardín donde crecía el rosal. Conocía todas las plantas. Se detenía frente al rígido talle de la candelaria, que era tres veces más alto que él, y veía cómo las hormigas trepaban por el tronco. Veía cómo un escarabajo pelotero empujaba ante sí una bola de estiércol; cómo una araña tejía su red y acechaba a las moscas; cómo una lagartija tomaba el sol... Y una noche descubrió un erizo...

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Tuvo una alegría tan grande que estuvo por palmotear, pero el miedo a despertar al animalito le detuvo hasta la respiración.
-Vasia, anda, entra ya en casa- le gritó su hermana.
Aquella voz asustó al erizo, que se cubrió la cabeza con su propia piel y en un santiamén se quedó hecho una bola. El niño rozó delicadamente las aguas del erizo y el animalito se encogió más aún.
Al día siguiente fue a ver al erizo. Como era un muchacho muy sosegado y muy bueno pronto sintió compasión por aquellos animalitos, a los que llegó a querer de verdad. ¡Qué alegría para él cuando el erizo probó la leche que le ofreció en un plato!...

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Aquella primavera el niño no podía salir a contemplar las flores y los animalitos. Su hermana estaba sentada a su lado y el niño estaba tumbado en la cama; la muchacha leía un libro, pero no para ella, sino para su hermano, a quien le costaba mucho levantar la cabeza de la almohada. Era evidente que le estaba prohibido salir al jardín y que pasaría mucho tiempo antes de que pudiera hacerlo.
-Masha -le susurró a su hermana-, ¡Qué bonito debe de estar el jardín! ¿Hay rosas?...

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La hermana se inclinó sobre él, le besó la pálida mejilla mientras le caían unas pequeñas lágrimas.
-Está muy hermoso, querido, muy hermoso. Las rosas se han abierto ya. El lunes daremos un paseo por el jardín. El médico permitirá que te levantes.
El muchacho no respondió. Suspiró ligeramente. La hermana continuó leyendo.
-Estoy muy cansado; prefiero dormir.
La hermana le arregló la almohada y los cobertores, y el niño, haciendo un esfuerzo, se volvió hacia la pared. El sol brillaba sobre los cristales y arrojaba sus cálidos y claros rayos sobre la cama sobre el frágil cuerpo del niño, dorado el cabello y el fino cuello infantil...

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La rosa no sabía nada de todo esto; crecía y cada día estaba más hermosa; hoy se abría y al otro día se marchitaba. ¡Ésta es la vida de una rosa! Pero en tan breve espacio de tiempo tenía que pasar muchas penas y muchas alegrías, y sufrir muchos sus tos y angustias.
El sapo había descubierto la rosa.
Cuando por primera vez fijó su torpe y repulsiva mirada en la flor, le despertó un curioso sentimiento. No podía apartar los ojos de aquella flor tan delicada. Le gustaba y sentía la necesidad de acercarse un poco más a la perfumada rosa. Y para expresar sus delicados sentimientos, no se le ocurrió nada mejor que decirle:
-Aguarda... te voy a tragar...

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La rosa tembló. ¿Por qué estaría sujeta a su talle? Los pájaros gozaban de libertad y podían volar hacia donde quisieran; volaban y saltaban de rama en rama, y cuando llegaba el otoño emprendían un largo vuelo...; pero la rosa no sabía adónde iban. También las mariposas eran libres. ¡Cuánto las envidiaba! Si también ella tuviera libertad, emprendería el vuelo y huiría de aquellos ojos que la asustaban tanto. La rosa no sabía que los sapos también se tragan a bonitas mariposas de muchos colores.
- ¡Te voy a tragar! -repitió el sapo, con la mirada fija en la flor y tratando de expresarse del modo más cariñoso...


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