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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: ......

Ante el "dinerito", siempre se han contado historias como esta o parecidas: BODA IN EX TREMIS.

Érase una vez que, uno de los notarios más acaudalados de los pueblos de los alrededores de Alconchel, disponía los últimos avíos para el siniestro y rapidísimo viaje que se le avecinaba hacia la Eternidad.

Don Antoñito, a pesar de sus 76 años, moría soltero, después de haber gozado una existencia rica en amorosas emociones; una de esas existencias alegres, disipadas, que minaban los temperamentos más vigorosos y conducían rápidamente de la salud a la gota, de la gota a la albúmina, y de la albúmina a la muerte...

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La amiga más consecuente de Don Antoñito, era su criada, la agridulce Catalina, que desde muy joven compartía la mesa y la cama del bullicioso notario...

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Catalina era, lo que se dice una manchega de rompe y rasga: callada, sumisa, casera como un gato, fiel y cariñosa como un perro. Cuando Don Antoñito en su edad temprana reñía con sus queridas, Catalina ascendía a la categoría de esposa o sultana favorita y era la encargada de amenizar los aburrimientos nocturnos del sultán manchego...

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Pero cuando el enamoradizo notario improvisaba un nuevo devaneo, Catalina, volvía a su dormitorio y a su angosta camita de simple sirvienta...

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Con todo, Catalina quería a Don Antoñito y este lo sabía, así que el muy tunante, estaba orondo como un pavo de haber conquistado a una tan buena y leal amiga, con tan poco esfuerzo...

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No hay para que encomiar las congojas que asaetaron el sensible corazón femenino de la pobre mujer, cuando se convenció de que Don Antoñito se despedía de este mundo traidor y perecedero, para enderezar sus pasos hacia más altas y serenas regiones... Aunque no está de más el decir que, aquella pesadumbre estaba suavizada eficazmente por la existencia de cierto testamento, en el cual Don Antoñito no se había olvidado de la manchega...

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De todos modos, Catalina había ideado un plan para dignificar su estado y asegurarse entre sus conocidos una honesta posición de viuda, de tal suerte que pudiese decir en todas partes y muy alto:
-Yo soy la viuda de Don Antoñito...

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Hete aquí que, un miércoles por la tarde el desventurado notario entró en el período agónico.

-Mi buena Catalina- balbuceó el moribundo, -me siento muy mal, muy mal... Creo que deberías llamar al cura.

-No, señor... Su situación no es tan desesperada.

-Sí, sí. Te aseguro que esto concluirá muy pronto y que deseo morir cristianamente. Y tras una ligera pausa continuó diciendo:

-Ya que tanto he gozado en este mundo, debo proporcionarme también un huequecito en el otro... Corre, corre... porque siento que la pícara muerte se está acostando conmigo...

La CONTINUACIÓN, MAÑANA; AHORA....

CONTINUACIÓN del cuento.

... Catalina se echó a llorar enajenada de dolor, y al moribundo le dió un bahído. La criada, pensando en sus intereses salió corriendo a la calle y envió a buscar al cuar al primer chico que vió...

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Cuando media hora después llegó el cura precedido del monaguillo que llevaba preparados los Santos Óleos y una Cruz que pesaba más que él, encontraron a Catalina acostada al lado del moribundo...
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
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- ¡Ah!- Exclamó el clérigo estupefacto; -por lo visto no se trata de por el momento de la Extrema Unción, sino de bendecir un matrimonio "In Extremis".
- ¡Sí, señor cura!- exclamó la sirvienta anegada en lágrimas; - ¡y dese prisa porque mi señor se muere!
-Pero usted, ¿por qué se ha metido en la cama?
- ¡Ah, señor cura!... Mi pobre Don Antoñito tenía tanto, tanto frío... FIN

¡AY CATALINA, CATALINA, QUE SE TE VIÓ EL PLUMERO...!