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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: ......

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II
Abramos el cofre Azul de Rubén para examinar sus joyas, no con la balanza y las gafas del judío, no con las minucias analíticas del gramático, sino para contemplarlas a la amplia luz de la síntesis artística capaz de abracar en una mirada el conjunto de la obra, y de comprender la idea y el sentimiento que inspiraron el autor...

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El poeta más original y filosófico de España, -Campoamor,- dice: que, la obra poética se ha de juzgar por la novedad del asunto, la regularidad del plan, el método con que se desarrolla y su finalidad trascendente. Y agrega: «a un artista no se le puede pedir más que su idea y su estilo, y, generalmente, para ser grande le basta sólo su estilo.»...

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No pensaron así los griegos. Para ellos el mérito de la obra estriba en el asunto, antes que en el estilo, en la idea poética, no en su ropaje. La clámide no hace al hombre.
Eran adoradores de la bella obra; pero más de las justas proporciones, es decir, del plan y su desarrollo...

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El asunto, -que comprende el argumento y la acción,- es sin duda, lo primero. Dada la idea, la poesía la reviste de un cuerpo, la humaniza, la hace interesante para todos los hombres, o, como dice el padre de las Doloras: -la idea se convierte en imagen hay en seguida que darle carácter humano, y después, universalizarla, si es posible....

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Creemos además, que la poesía debe cultivarse como medio de mejorar, deleitando el espíritu y elevándolo, y entonces, las brillantes fruslerías de los versos, las alas azules de mariposa, se convertirán en estrella que guía, en alas de águila que levantan.
La regla sería: -la ficción para hacer resaltar la verdad; el esplendor de la imaginación propia alumbrando la razón ajena y avivando la conciencia, la imagen para esculpir el pensamiento que inclina a la virtud y eleva la inteligencia.
He aquí en pocas palabras las miras de nuestra poética., y a ellas ajustamos nuestro criterio. Quien quiera aceptarlas, aplíquelas, si le agrada, al libro que le presentamos. El libro saldrá airoso de la prueba.
Apuntamos estas bases de criterio para los jóvenes estudiosos que quieran comprender este libro en su valor artístico: no las aplicamos, porque no es nuestro objeto, ni el lugar de hacerlo...

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III

Pero, estas reglas no son por cierto, para los lindos ojos de las curiosas, astros errantes que recorrerán gozosos las poéticas páginas del Azul...

Yo les enseñaré a juzgar de las obras de arte con el corazón, como a ellas les gusta y acomoda. ¿Queréis saber como, lindas curiosas? -Oíd.

Si la lectura del libro, -o la contemplación del lienzo y del mármol- os produce una sensación de agrado, o de alegría; si involuntariamente exclamáis, ¡qué lindo! Tened por seguro que la obra es bella y, por tanto, poética. Si no podéis abandonar el drama o la novela, y vuestros dedos de marfil y rosa vuelven y vuelven una pájina tras otra para que las devoren los ojos hechizados, ¡ah! entonces, el autor acertó a ser interesante, lo que es un gran mérito y un triunfo. Si el corazón os late más deprisa, si un suspiro se os escapa, si una lágrima rueda sobre el libro, si lo cerráis y os quedáis pensativa, ¡ah! entonces, bella lectora, no os quepa duda, por allí ha pasado un alma poética derramando el nardo penetrante de su sentimiento...

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La obra que, deleitando, consiga dar a luz a la mente y palpitaciones al corazón helado, si aviva la conciencia, si mueve a las acciones nobles y generosas, si enciende el entusiasmo por lo bueno, lo bello y lo verdadero, si se indigna contra las deformidades del vicio y las injusticias sociales y hace que nos interesemos por todos los que sufren, decid que es obra elocuente y eminentemente poética....

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Bajo las apariencias graciosas de la ficción suele ocultarse la fuerza de estas grandes enseñanzas, y entonces la obra llega a las altas cumbres del arte.
Aplicad, lindas lectoras, aplicad estas reglas del sentimiento a las armoniosas Azules de Rubén Darío, y vuestro juicio será certero. Vuestros ojos, lo sé, derramarán más de una lágrima, vuestros labios gozosos dirán ¡qué lindo! ¡qué lindo!... y luego os quedaréis pensativas, como traspuestas, como flotando en el país encantado de los sueños azules....

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IV

Dejadme hacer un poco como vosotras. Pues que se trata de un poeta y no de un filósofo, queden a un lado la escuadra y el compás del retórico. Quiero estimar por su aroma a la flor, al astro por su luz, al ave por su canto.
Venid conmigo, palomas blancas y garzas morenas; para vosotras hablo ahora.
Nada de filosofías, nada de finalidades trascendentes, ni de abstracciones sensibilizadas, humanizadas y universalizadas. Eso, estoy seguro, hiere vuestros tímpanos delicados hechos para la música y el amor. Conversemos del poeta; pero, sin murmurar si es posible. Escuchadme...

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Rubén Darío es de la escuela de Victor Hugo; mas, tiene a veces el aticismo y la riqueza ornamental de Paul de St. Victor, y la atrayente ingenuidad del italiano d'Amiens, tan llena de aire y de sol. Describe los bohemios del talento como lo haría Alphonse Dandet, y pinta la naturaleza con la unción el colorido y frescura de los cantores de Pablo y Virginia y de la criolla María.
Os sonreís pensando, ¿qué tienen de común Victor Hugo, el relámpago y el trueno, con los idilios americanos de St. Pierre y de Isaacs, y con las escenas parisienses del autor de Sapho?...

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Son en verdad, estilos y temperamentos muy diversos, mas nuestro autor de todos ellos tiene rasgos, y no es ninguno de ellos. Ahí precisamente está su originalidad. Aquellos ingenios diversos, aquellos estilos, todos aquellos colores y armonías, se aúnan y funden en la paleta del escritor centro-americano, y producen una nota nueva, una tinta suya, un rayo genial y distintivo que es el sello del poeta. De aquellos diferentes metales que hierven juntos en la hornalla de su cerebro, y en que él ha arrojado su propio corazón, al fin se ha formado el bronce de sus Azules...

Buenos días, y buen sábado, "foreros" y los que se encuentran cruzando el puente. Creo que voy a seguir con Rubén Darío; es una forma como otra de pasar el rato, aunque sé, que no atodo el mundo le gusta pasar el rato así, de esta manera.

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Su originalidad incontestable está en que todo lo amalgama, lo funde y lo armoniza en un estilo suyo, nervioso, delicado, pintoresco, lleno de resplandores súbitos y de graciosas sorpresas, de giros inesperados, de imágenes seductoras, de metáforas atrevidas, de epítetos relevantes y oportunismos y de palabras bizarras, exóticas
aún, mas siempre bien sonantes...

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V
Acaso se apega demasiado a la forma; pero, esa es su marca; y, luego que él no descuida el fondo. Acaso...
¡Chit!... Acercáos más, lindas muchachas, estrechad vuestra rueda como las ninfas campestres en torno al viejo Anacreonte, y escuchadme.
¿Sabéis? ¡Su hermosa Musa tiene un defecto!
- ¿Cuál? ¿Cuál?
-El de ser demasiado hermosa.
- ¡Ah!... ¡Oh!... ¡Bah! ¡Bah!...

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- ¡Dejadme concluir: y presumida!... ¿Qué diríais de la muchacha
que untara de bermellón sus mejillas f rescas y rozagantes? ¿Qué, de la
niña que vistiera perpetuamente de baile por parecer mejor?
-Y eso, ¿a qué viene?
-Vais a ver. El poeta tiene su flaco: esmalta y enflora demasiado
sus bellísimos conceptos, abusa del colorete, del polvo de oro, de las
perlas irisadas, de los abejeos azules... y sin necesidad; mientras más
sobrio de luces y colores, más natural y es más encantador. Siempre
el estilo ático fue más estimado que el estilo rodio por los hombres de
buen gusto. La elegancia no consiste e n el exceso de adornos, ni en la
profusión de alhajas...

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Pero, ¡eso es nada! Él sabe hacer elegante su riqueza y aceptable
su colorete: el peligro es para sus imitadores, que creen tener sus
vuelos, porque salpican sus salzas literarias con el áureo polvo, y su
estro, porque se recargan de falsa pedrería como serafines de aldea.
Sigamos murmurando, como los críticos... ¿Sabéis?...
- ¿Qué más, maestro?
-El poeta tiene otro flaco... ¡Os reís!... ¡Eh! callaré...
- ¡No! ¡no! ¡Hablad, por favor!...

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Darío adora a Víctor Hugo y también a Cátulo Mendes. Junto al
gran anciano, leader un día de los románticos, coloca en su afecto a la
secta moderna de los simbolistas y decadentes, esos idólatras del
espejo en la frase, de la palabra rehumbrosa y de las aliteraciones
bizantinas....