Ofertas de luz y gas

ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: ......

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Tras haber pasado 10 días por la cárcel donde entra por "pequeños hurtos". Cuando saió buscó nuevos horizontes y marchó acompañado de su amigo Juan.
"No hay carretera, campo, camino ni pueblo que no conozcan nuestros pies -solía decir Juan-.Ëramos linbres como pájaros"...

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A veces hacían "auto-stop" y viajaban en camiones de grano, de madera, de ganado, en fin, lo que salía...

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Caminaban durante el día, mendigaban si era preciso, y buascaban el transporte en trenes de mercancías y extendían sus capas en cualquiere plaza de pueblo con un cartel que proclamaba su condición de maletillas hambrientos...

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"Comíamos bellotas, piñones y espárragos trigueros, y en los momentos malos nos alimentábamos del mismo pasto que los toros. Fue una temporada de aventuras". -Decían a la menor ocasión...

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Esa temporada de aventuras duró unos cuantos años. Después de volver a Palma del Río volvieron a salir fuera de nuevo y formaban pandilla con un grupo de jóvenes desarraigados y medio muertos de hambre que corrían España, año tras año, en busca del mismo milagro...

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En la primavera de 1957, una vez separados él y Juan y seguir cada uno su camino, El Cordobés trabajó en el norte de Madrid con el maestro de obras Luis López López. A través de su hijo supo que el muchacho quería ser torero y le preparó las cosas para darle una oportunidad para poder ver si era capaz de hacer algo con un toro...

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Cuando parecía que todo iba a pedir de boca fue llamado a filas, así que cuando lo licenciaron el año 1959 acababa de cumplir los 23 años, edad un tanto avanzada para ser matador de toros...

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A esos años, Joselito era ya el maestro indiscutible; Manolete y Luis Miguel Dominguín alcanzaron la fama antes de dicha edad, y Ordóñez había toreado muchas corridas. Sin embargo, López todavía deseaba correr el albur con el valor de Manolo, y le prepraró una corrida en Talavera de la Reina, el 15 de agosto de 1959...

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En Madrid, pocos días antes del festejo, Manuel entró en un taller que gozaba de justa fama en el mundo del toreo. Allí había un mundo de sedas, satenes, y colores deslumbrantes: azul, lila, escarlata, esmeralda, púrpura, blanco...

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En el suelo, erguidos por su propia rigidez, se exhibía una docena de capotes de brega. Y junto a una gran mesa de trabajo cubierta de alamares estaba el propietario del taller, Santiago Pelayo, el Christian Dior de la costura taurina...

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Pelayo había confeccionado trajes de luces para cuatro generaciones de toreros y ningún indicio de mecanización o de modernización había invadido los dominios de su intrincado arte...

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Siete mujeres trabajaban ocho horas diariamente, y tardaban veinte días en hacer un "vestido de torear", y eran necesarios ocho años de aprendizaje para que una mujer pudiera figurar en las filas de sus veinte oficialas...

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Manolo fue conducido a una habitación donde un centenar de trajes de segunda mano colgaban en largas y polícromas hileras. Algunos de ellos, desechados por sus propietarios, tras media docena de corridas, parecían casi nuevos...

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Otros mostraban huellas de haber sido zurcidos para reparar los destrozos de algún cuerno. Rápidamente, el joven eligió uno blanco y oro, colores que cría le traerían buena suerte...
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
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Esa suerte, y una firme determinación de triunfar, convirtieron la corrida en algo espectacular. El primer bicho se lanzó al aire una docena de veces, y un espectador comentó que se "mareaba sólo de mirarle". Pero Manuel se levantaba una y otra vez y volvía a la brega con redoblados bríos...