La crisis definitiva del sistema
La derrota de Annual en la guerra de Marruecos
Los seis años que separan el final de la triple crisis de 1917 y la llegada de Primo de Rivera al poder (1923) constituyen la etapa más conflictiva e inestable de todo el reinado de Alfonso XIII. El fin de la Primera Guerra Mundial cortó la coyuntura económica favorable y a fines de 1919 se inició una crisis, que se hizo evidente en 1920. La evolución de la vida política estuvo caracterizada por cuatro rasgos principales.
La inestabilidad de los gobiernos
Entre 1917 y 1923 hubo trece crisis totales de gobierno, además de muchas otras parciales. Roto el bipartidismo, los gobiernos adolecían de una fuerte debilidad. Se ensayaron diversas fórmulas, todas ellas de escaso resultado.
Desde el otoño de 1917, el rey logró formar gobiernos de concentración, como el de García Prieto, o nacionales, como el presidido por Maura en 1918 e integrado por todos los prohombres políticos de la Restauración, ante la amenaza de la abdicación del monarca. Estos gobiernos acabaron presos de rencillas personales entre sus miembros, sobre todo por la constante oposición de Alba a los proyectos de Cambó.
A partir de 1919 se fueron alternando gobiernos de fracción -y, debido a ello, extremadamente débiles- con gobiernos de coalición, siendo predominante la presencia de los conservadores. Los gobiernos de Romanones, Maura, Sánchez Guerra, Dato (asesinado en 1921) y García Prieto son los más destacados.
El intento de restaurar el turnismo
La formación de los gobiernos de concentración desde 1922 apuntaba, en la fase final de la Restauración, hacia una recuperación de un nuevo turnismo, sostenido más que por partidos, por conjuntos de fracciones o grupos escindidos del tronco de los dos grandes partidos dinásticos. Esta posibilidad parecía plausible, dada la debilidad de las fuerzas antidinásticas y la parcial integración en el sistema de los catalanistas de Cambó y de los reformistas de Melquiades Álvarez. El mejor ejemplo fue el último gobierno constitucional de García Prieto en 1923.
La cuestión catalana
La presencia del ejército en la vida política se acentuó con el recrudecimiento de la cuestión catalana, en la que confluyeron dos problemas:
La reivindicación de la autonomía política, que no llegó a prosperar y que, además, propició una oleada de anticatalanismo en gran parte de España.
Una gran conflictividad social en Barcelona, con movimientos huelguísticos tan importantes como el de la fábrica de electricidad La Canadiense (1919), que paralizó la ciudad y conquistó la jornada de ocho horas. Pero el movimiento huelguístico se hizo violento y político. Los enfrentamientos entre sindicalistas de la CNT y los sindicatos «libres», los cierres patronales y la aparición de fenómenos de pistolerismo, convirtieron el mantenimiento del orden público en un asunto prioritario de los gobiernos. La presencia en Barcelona del general Martínez Anido y la amplia represión que las autoridades militares ejercieron sobre los anarquistas (a través, entre otras medidas, de la Ley de Fugas) cimentaron una estrecha alianza entre la burguesía catalana y el ejército. De hecho, entre 1919 y 1922, los estados de excepción y la suspensión de las garantías constitucionales fueron la norma.
El problema de Marruecos
A estos problemas se sumó en julio de 1921 una grave derrota militar en Marruecos. Una serie de operaciones terrestres desencadenadas desde Melilla para ocupar la zona del Rif, dominada por Abd el Krim, provocaron el desastre de Annual, con miles de soldados muertos, por el que se pidieron responsabilidades al ejército, al gobierno y a la monarquía. El tema se convirtió en centro de debate en el Parlamento y brindó la ocasión de examinar la escasa eficacia del ejército en África. Se acusó de negligencia a altos mandos militares, pero la dictadura de Primo de Rivera zanjó el proceso.
La derrota de Annual en la guerra de Marruecos
Los seis años que separan el final de la triple crisis de 1917 y la llegada de Primo de Rivera al poder (1923) constituyen la etapa más conflictiva e inestable de todo el reinado de Alfonso XIII. El fin de la Primera Guerra Mundial cortó la coyuntura económica favorable y a fines de 1919 se inició una crisis, que se hizo evidente en 1920. La evolución de la vida política estuvo caracterizada por cuatro rasgos principales.
La inestabilidad de los gobiernos
Entre 1917 y 1923 hubo trece crisis totales de gobierno, además de muchas otras parciales. Roto el bipartidismo, los gobiernos adolecían de una fuerte debilidad. Se ensayaron diversas fórmulas, todas ellas de escaso resultado.
Desde el otoño de 1917, el rey logró formar gobiernos de concentración, como el de García Prieto, o nacionales, como el presidido por Maura en 1918 e integrado por todos los prohombres políticos de la Restauración, ante la amenaza de la abdicación del monarca. Estos gobiernos acabaron presos de rencillas personales entre sus miembros, sobre todo por la constante oposición de Alba a los proyectos de Cambó.
A partir de 1919 se fueron alternando gobiernos de fracción -y, debido a ello, extremadamente débiles- con gobiernos de coalición, siendo predominante la presencia de los conservadores. Los gobiernos de Romanones, Maura, Sánchez Guerra, Dato (asesinado en 1921) y García Prieto son los más destacados.
El intento de restaurar el turnismo
La formación de los gobiernos de concentración desde 1922 apuntaba, en la fase final de la Restauración, hacia una recuperación de un nuevo turnismo, sostenido más que por partidos, por conjuntos de fracciones o grupos escindidos del tronco de los dos grandes partidos dinásticos. Esta posibilidad parecía plausible, dada la debilidad de las fuerzas antidinásticas y la parcial integración en el sistema de los catalanistas de Cambó y de los reformistas de Melquiades Álvarez. El mejor ejemplo fue el último gobierno constitucional de García Prieto en 1923.
La cuestión catalana
La presencia del ejército en la vida política se acentuó con el recrudecimiento de la cuestión catalana, en la que confluyeron dos problemas:
La reivindicación de la autonomía política, que no llegó a prosperar y que, además, propició una oleada de anticatalanismo en gran parte de España.
Una gran conflictividad social en Barcelona, con movimientos huelguísticos tan importantes como el de la fábrica de electricidad La Canadiense (1919), que paralizó la ciudad y conquistó la jornada de ocho horas. Pero el movimiento huelguístico se hizo violento y político. Los enfrentamientos entre sindicalistas de la CNT y los sindicatos «libres», los cierres patronales y la aparición de fenómenos de pistolerismo, convirtieron el mantenimiento del orden público en un asunto prioritario de los gobiernos. La presencia en Barcelona del general Martínez Anido y la amplia represión que las autoridades militares ejercieron sobre los anarquistas (a través, entre otras medidas, de la Ley de Fugas) cimentaron una estrecha alianza entre la burguesía catalana y el ejército. De hecho, entre 1919 y 1922, los estados de excepción y la suspensión de las garantías constitucionales fueron la norma.
El problema de Marruecos
A estos problemas se sumó en julio de 1921 una grave derrota militar en Marruecos. Una serie de operaciones terrestres desencadenadas desde Melilla para ocupar la zona del Rif, dominada por Abd el Krim, provocaron el desastre de Annual, con miles de soldados muertos, por el que se pidieron responsabilidades al ejército, al gobierno y a la monarquía. El tema se convirtió en centro de debate en el Parlamento y brindó la ocasión de examinar la escasa eficacia del ejército en África. Se acusó de negligencia a altos mandos militares, pero la dictadura de Primo de Rivera zanjó el proceso.