Aquí, si que estaban las perdices, ALCONCHEL DE LA ESTRELLA

Pues claro, con un día tan precioso como éste, no van a estar escondidas en el soto. Pasean tan campantes por los sembrados.
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Junto a la pequeña alberca, llena de un agua rojiza y lechosa, veíase un pozo, rodeado de charcos. Patos chapoteaban afanosos y renqueaban en ellos; una perra, temblando con todo su cuerpo y guiñando los ojos, roía un hueso en el suelo; una vaca pía pacía allí mismo perezosamente la hierba, abanicándose de cuando en cuando con la cola de sus enjutos lomos. El senderuelo torcía a un lado, y por entre la densa malezay abedules dejósenos ver una vieja casita con techo de tejas y una sinuosa escalinata....
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Respondíle yo lo que es de rigor en tales ocasiones y eché a andar detrás de él. El recién barrido caminito no tardó en sacarnos del bosque de tilos, conduciéndonos al huerto. Entre añosos manzanos y crecidos arbustos de frambuesas, destacábanse planteles de coles de un verde pálido; el lúpulo devanaba en espirales altos estambres; oscuros resaltaban en los macizos los morenos tallos enredados de los guisantes; recias y grandes, las calabazas inclinábanse hasta la tierra; los cohombros amarilleaban...
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-Perdone usted -medijo, sonriendo-; sólo aceptaré su presa con una condición: que se ha de quedar usted a comer con nosotros.
Confieso que no me hizo mucha gracia su proposición, pero tampoco era posible desairarla.
-Yo soy el dueño de estas tierras y su vecino: Radilov... Puede que le suene mi nombre -continuó mi nuevo amigo-. Hoy es domingo, y tendremos una comida bastante regular, que, de no ser así, no lo invitaría...
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No había tenido tiempo aún de contestarle, ni tampoco tuviéralo mi perra de traerme con noble gravedad la pieza cobrada, cuando dejáronse oír unos pasos precipitados, y un hombre de corpulenta estatura, con bigotes, salió de entre la maleza y con aspecto malhumorado quedóse plantado ante mí. Disculpéme yo como pude, díjele mi nombre y ofrecíle la pieza cobrada en sus dominios...
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Una vez, vagabundeando con Yermolai por los campos en busca de perdices, hube de ver a un lado un abandonado jardín, y enderecé hacia allí mis pasos. No había hecho más que entrar en la espesura, cuando una chocha levantó ruidosamente el vuelo encima de un arbolillo. Disparé, y en aquel momento, a unos pasos de mí, oyóse un grito; la asustada cara de una muchachita asomó por entre los árboles y en seguida se escondió. Yermolai vino hacia mí corriendo.
-No tire usted; aquí vive el propietario...