La Codorniz, nº 1643. NO SE ALARMEN, ALCONCHEL DE LA ESTRELLA

“La Codorniz”, la revista más audaz para el lector más inteligente

Todas estas “leyendas urbanas”, y algunas más, acompañaron siempre a “La Codorniz”, acrecentando aún más la fama de su humor magistral y absurdo, único humor posible en un momento donde era muy complicado hacer crítica social y mucho menos política.

Con la censura, aunque la imaginación volaba como loca, era muy difícil “colar” portadas así, y sin embargo “La Codorniz” lo conseguía a menudo. Algunas eran verdaderas “obras de arte” en las que la censura ni se enteraba del mensaje. Como aquella en la que se veía la torre de Pisa y una señora “estupenda” en bañador al lado, sin ningún otro tipo de comentario. Uno lo miraba y se preguntaba donde podía estar la “gracia” y su significado, hasta que de pronto comprendía que: ¡la torre de Pisa no tenía ninguna inclinación ¡, ¡estaba erecta ¡. Y los censores a verlas venir.

Y como complemento, bien merece la pena recordar un poco de su historia y de sus geniales humoristas:

“La Codorniz” fue fundada en 1941 por Miguel Mihura y sus primeros colaboradores, y también amigos, fueron Tono, Neville, Herreros y Álvaro de Laiglesia, entre otros. Todos ellos procedían de la revista “La Ametralladora”, una revista dirigida a los soldados que se solía leer en las tertulias de café, sobre todo en San Sebastián donde se editaron muchos números. El lugar de edición fue cambiando según se iba desarrollando la guerra civil. Más tarde se fueron incorporando escritores como Wenceslao Fernández Flórez, Enrique Jardiel Poncela y Ramón Gómez de la Serna y dibujantes entre los que estaban Galindo y Picó. El humor de “La Codorniz”, surrealista, absurdo y muy desconcertante para la época, provocaba igual irritación que entusiasmo.

En 1944, Miguel Mihura, que además de por su humor corrosivo era muy conocido por presumir de estar siempre aburrido y cansado hasta llegar a la indolencia, y también por rechazar a todos aquellos escritores y dibujantes que no coincidían con su sentido del humor, lo que le obligaba a un mayor trabajo para rellenar todas las páginas, decide venderla al Conde de Godo quien nombra a Álvaro de Laiglesia nuevo director de la revista.

Con Álvaro de Laiglesia, y Fernando Perdiguero, de seudónimo Oscar Pin, tan genial como modesto, siempre en la sombra, se inicia la etapa gloriosa de “La Codorniz”. Se incorporan dibujantes geniales como Mingote, Gila, Chumy Chúmez y se potencia el equipo con grandes escritores de humor satírico como Rafael Azcona, Ángel Palomino, Evaristo Acevedo y Alfonso Sánchez, al mismo tiempo se crean nuevas secciones que pronto se hacen famosas: La Crítica de la Vida, La Cárcel y la Comisaría de Papel, ¿Está Vd. seguro?, Tiemble Después de Haber Reído, ….. Todo ello, más la aportación posterior de otros grandes dibujantes como Máximo, Cebrián, Serafín, Kalikatres, Dátile, Pablo, Mena, … hacen del conjunto la clave del éxito que mantuvo durante muchos años.
(16 de Septiembre de 1973)
En los 15 años de papado, sobresale su gobierno leal no exento de muchas preocupaciones y desvelos por defender la verdad católica. La lealtad a la fe y la búsqueda de la justicia en el esclarecimiento de los hechos fueron sus ejes en toda la controversia posnicena contra el arrianismo. Su paciente gobierno contribuyó a la clarificación de la ortodoxia fortaleciendo la primacía y autoridad de la Sede Romana.
Julio I escribirá otra carta más a los obispos orientales y de Egipto.
Aún pudo Julio I recibir una vez más en Roma al tan perseguido campeón de la fe y ortodoxia católica que fue Atanasio, cuando va a agradecer al primero de todos los obispos del orbe su apoyo en la verdad, antes de volver a Alejandría.
Celebran el verdadero Concilio que declara la inocencia de Atanasio, lo repone en su cargo, hace profesión de fe católica y excomulga a los intrusos rebeldes arrianos. Como conclusión, se ha mantenido la firmeza de la fe de Nicea, reforzándose así la ortodoxia católica.
Pero se complican las cosas. Los obispos orientales arrianos llegan antes y comienzan por su cuenta renovando la exclusión de Atanasio y demás obispos orientales católicos. Luego, cuando llegan los legados que dan legitimidad al congreso, se niegan a tomar parte en ninguna deliberación, apartándose del Concilio de Sárdica, reuniendo otro sínodo en Philipópolis, haciendo allí otra nueva profesión de fe y renovando la condenación de Atanasio. El bloque compacto de obispos occidentales sigue reunido...