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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

El manto blanco
Foto enviada por Qnk

Decid a esta Virgen
Con santo fervor,
Al aire soltando
La plácida voz:
¿A qué vas al templo
Del Rey Salomón,
Y tórtolas llevas
De pardo color?
LA PRESENTACIÓN EN EL TEMPLO

Hermosa doncella,
Delicia de Dios,
¿A dónde caminas
Con paso veloz?
Saludos desde Ares (la Coruña) tienes que venir a conocer la villa y su hermosa ría.
Seréis bien acogidos
Estás equivocado no eran gallegos que eran de Cuenca
Los gallegos son los que frecuentemente nos gobiernan y se encuentran en Madrid
- ¡Ya la veo! -exclamó-. Jamás morirá quien contemple esta rosa, la más bella del mundo.
Se encendió un brillo rosado en las mejillas de la Reina, sus ojos se agrandaron y resplandecieron, pues vio que de las hojas de aquel libro salía la rosa más espléndida del mundo, la imagen de la rosa que, de la sangre de Cristo, brotó del árbol de la Cruz.
- ¡Amor más sublime no existe!
- ¡Madre! -dijo el niño-. ¡Oye lo que acabo de leer!-. Y, sentándose junto a la cama, se puso a leer acerca de Aquél que se había sacrificado en la cruz para salvar a los hombres y a las generaciones que no habían nacido.
En esto entró en la habitación un niño, el hijito de la Reina; había lágrimas en sus ojos y en sus mejillas, y traía un gran libro abierto, encuadernado en terciopelo, con grandes broches de plata.
- ¡Bendita sea! -exclamó el sabio-, mas ninguno ha nombrado aún la rosa más bella del mundo.
-No; la rosa más incomparable la vi ante el altar del Señor -afirmó el anciano y piadoso obispo-. La vi brillar como si reflejara el rostro de un ángel. Las doncellas se acercaban a la sagrada mesa, renovaban el pacto de alianza de su bautismo, y en sus rostros lozanos se encendían unas rosas y palidecían otras. Había entre ellas una muchachita que, henchida de amor y pureza, elevaba su alma a Dios: era la expresión del amor más puro y más sublime.
-Santa y maravillosa es la rosa blanca de la tristeza en su poder, pero tampoco es la requerida.
- ¡Sí, otra mucho más bella! -dijo una de las mujeres-. La he visto; no existe ninguna que sea más noble y más santa. Pero era pálida como los pétalos de la rosa de té. En las mejillas de la Reina la vi. La Reina se había quitado la real corona, y en las largas y dolorosas noches sostenía a su hijo enfermo, llorando, besándolo y rogando a Dios por él, como sólo una madre ruega a la hora de la angustia.
Bella es esa rosa -contestó el sabio- pero hay otra más bella todavía.